Es casi obligatorio en diciembre, el último mes del almanaque, hacer un recuento de lo más trascendente del año que casi termina. 2018 está a muy pocos días de finalizar y, en resumen, el grado de putrefacción del Estado –aunado al retroceso, deterioro y pobreza que han venido arrastrando– no se detuvo. Este desgobierno no metió reversa, ni enmendó sus errores porque lo que para nosotros son aberraciones con consecuencias nefastas, para ellos son la garantía de perpetuidad y control.
Ni en 2018, ni en ninguno de los años que suma en su haber el chavismo/madurismo, han aplicado los correctivos que urgen para comenzar a enderezar la terrible situación económica, política, moral y social que vivimos en Venezuela, que empeora a pasos agigantados, causando daños muy profundos. Daños lamentables y dolorosos. La crisis la han “gerenciado” a su favor para que les produzca los réditos que los sostienen mal gobernando. Las últimas medidas, con las que Nicolás intentó hacernos creer que buscaba frenar la hiperinflación, fracasaron: el país se desangra, la corrupción sigue su escalada y el régimen se fortalece y alimenta de las ruinas que él mismo genera. Una especie de “corruptofagia” –si me permiten el término– que engorda a estos comunistas que, ¡por fin!, lograron hacerse con el poder, luego de cuatro décadas de dictadura de partidos.
Hoy, este régimen acumula 20 años demostrando por qué el comunismo es una ideología que depende de la pobreza, de la opresión, del hambre y de las limosnas a las que acostumbran a los ciudadanos que transforman en pacíficos mendigos. ¡Han tenido éxito! Porque han tenido años en el poder y muchos recursos. Porque cuando un grupo de ciudadanos sale a las calles a protestar por un trozo de pernil que no llegó en la caja CLAP como les ofrecieron, en vez de rechazar al promotor del hambre y la pobreza inducida, entonces, sin duda, este régimen demuestra que ha logrado su objetivo y que, hecho el paisa, Maduro le mete la sobremarcha a su proyecto hegemónico; se pondrá de nuevo la banda presidencial el 10 de enero –¿o antes?–, se juramentará donde le apetezca y seguirá imponiendo este modelo destructivo, sin importarle si los gobiernos del mundo lo desconocen. ¡Se ha dado inicio a la revolución pernil!
El año que terminará dentro de escasos días encierra una tragedia desproporcionada que supera a todas las anteriores. Fue un año hostil y sórdido para muchos venezolanos que, a pesar de las tristezas, la soledad y la fragmentación de las familias, nos resistimos a bajar la santamaría o acallar nuestros reclamos. 2018 fue infinitamente cuesta arriba para quienes seguimos de pie en Venezuela. Fue una prueba de resistencia que, mes tras mes, aumentó sus niveles de dificultad hasta llevarnos casi a la asfixia. Muchos no resistieron las manos estranguladoras del régimen en sus cuellos. Algunos se marcharon. Quizá muchos, en especial nuestros jóvenes, para aumentar el dolor de tantos hogares desmembrados. Otros, más viejos o enfermos, murieron esperando ver algo de condolencia en los ojos de este monstruo en que se ha convertido el Estado ¿Saben qué es lo más inquietante? Que aún no se vislumbra la calma. Tampoco el cambio. Y entonces es cuando todo parece indicar que nos espera un 2019 no muy diferente, a pesar de las hojas de ruta y los planes estratégicos para la reconstrucción del país una vez que logremos extirpar este cáncer que diezma a Venezuela. Tenemos muchos “día después”. Y lo celebro. Celebro esas iniciativas que hablan de la reconstrucción de nuestra nación. Solo siento que falta algo importantísimo: ¿cuál es el plan para los días anteriores; el que nos lleva con éxito a ese “día siguiente”?
Todos los que somos dolientes, los que padecemos en carne viva estas llagas abiertas y supurantes que arden en nuestro gentilicio y en nuestro amor por Venezuela, seguimos apostando por esa sociedad civil que no quiere tirar la toalla. No es cualquier cosa la que está en juego: es nuestra Venezuela, es nuestra gente. ¡Es nuestra tierra devastada por unos delincuentes a quienes la Navidad les dura todo el año porque saquearon al país y están disfrutando el botín, que es algo más que hallacas, un pernil y un pan de jamón!
Los venezolanos hemos sido testigos –incluso protagonistas– de lo que, espero, dentro de unos años será parte de una historia oscura y muy dolorosa que debe ser contada para que nunca jamás se repita. Y, por favor, léanlo con el énfasis que quiero imprimirles a esas palabras: ¡nunca jamás! Así que, quizá no será esta; pero, vamos a enfocarnos y a trabajar para que la Navidad de 2019 no se parezca a esta y, por fin, después de 20 años, recibamos un año venturoso y feliz, como merecemos.
Qué el Niño Jesús escuche nuestras súplicas y nos sorprenda con el regalo país que todos anhelamos. Nos reencontraremos en 2019, mis apreciados lectores. Tengan todos la mejor Navidad posible.
@mingo_1
Instagram: mingoblancotv