Queda una semana para que el Mundial eche el telón y, como ocurre cada año a principios de enero, cuando la Navidad toca a su fin, muchos son los detalles que evidencian que a esto le queda un suspiro.
Es la paradoja del Mundial de la FIFA: a medida que los partidos ganan en intensidad, emoción y, sobre todo, prestigio, mengua el ambiente futbolero en las calles, de donde han ido desapareciendo decenas de miles de hinchas que han regresado a sus países a llorar la eliminación de sus equipos.
Y eso se nota. Los vendedores de banderas han comprimido tanto su muestrario como lo ha hecho el cuadro del Mundial, y a estas alturas sólo venden los pabellones de Holanda, Uruguay, España y Alemania, además de la ubicua bandera sudafricana.
“Durante las dos primeras semanas (el negocio) fue muy rápido pero ahora está disminuyendo, quizás vuelva a aumentar con la final”, aseguró un vendedor ambulante de cascos y vuvuzelas que se hace llamar a sí mismo Billy.
Entre las clases sociales menos favorecidas de Sudáfrica los anunciados beneficios económicos del Mundial son una quimera y sólo gente como Billy le ha sacado partido a un campeonato que agoniza.
“Nuestro negocio ahora va mejor a causa del Mundial porque la gente está comprando, pero no tanto como habíamos esperado”, explica.
Los carteles de “To Let” (se alquila) están comenzando a aparecer de nuevo en las fachadas de los edificios, los automovilistas descubren de banderas sus espejos retrovisores, o simplemente retiran las fundas que tanto relucían en vísperas del campeonato.
Todas esas banderas sudafricanas que los sudafricanos llevan semanas ondeando, tras sumarse a una campaña de reafirmación nacional impulsada por el Gobierno, empiezan a deshilacharse en jirones.
Las terrazas de los locales más concurridos están vacíos de hinchas extranjeros, los carteles que cubren los paneles publicitarios con motivos del Mundial, sucios y casi caducos; la ilusión de la gente tiene poco que ver con aquellos días en que se contaban los días con los dedos para la inauguración del Mundial.
Se sabía cuando empezó, pero al igual que Santa Claus en los escaparates produce una especie de extraña nostalgia cuando sólo quedan los Reyes Magos por venir, así sucede con los principales puntos de reunión de los aficionados en Johannesburgo, decorados con banderas y parafernalia mundialistas que, a falta de la final, ha perdido prácticamente todo su sentido.
NP