Sin asumir sentimiento de culpa alguna por todo cuanto nos pase, vemos como responsable de todo lo que ahora confrontamos, al gobierno de turno y nos justificamos.
El dedo acusador siempre se eleva hacia el otro, y resulta que nada ocurre sin haberse propiciado debido a nuestros juicios, palabras y acciones. Si revisamos cada uno de ellos, comprobaremos que estamos cosechando en el presente, lo que sembramos tiempo atrás; es una ley matemática e inexorable.
Lo que pasa en Venezuela no escapa a ese pensamiento-verbo-accion en particular; igual nos ocurre al interactuar, porque las actitudes de todos los habitantes de una nación se interrelacionan. La nación venezolana es como un solo ser, pues no somos seres aislados, aunque nuestra influencia se circunscribe solo hacia la familia, pero resulta que nuestra presencia matiza el resto del planeta. Nuestro pensamiento pudiera ser energía que impacta mucho más allá del espacio sideral. Y, dada nuestra conexión debiéramos responsabilizarnos por todas nuestras actitudes, pues en cualquier momento aflora el bumerán.
Escuchamos, comúnmente, por lo que nos ocurre: “este sufrimiento es un karma colectivo, pero irresponsablemente se repone: “culpa mía no es; yo no he hecho nada malo”, cuando sí somos responsables directos de cuanto suceda. Se corrobora tal “karma” cuando emitimos infundios hacia los demás; en este caso, nuestros gobernantes, a quienes pudiésemos estar reforzando alguna cualidad negativa que posean, en perjuicio nuestro.
Situación que viene desde la malentendida “IV república”, cuando apoyados en la libertad que otorga la democracia, desbarramos de sus tecnócratas, con lo cual abonamos el terreno para este momento.
Y, se nota la añoranza por aquel entonces.
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