SALARIO
Isaías A. Márquez Díaz
De niños, cuando realizamos actividades diversas, que pudiéramos clasificarlas, de recreación, mientras que por otra parte tenemos las fundamentadas en un beneficio, rédito o remuneración, por lo cual recibimos, regularmente, estímulos provenientes de nuestro grupo social primario (la familia), que nos premia y felicita ante nuestras actitudes.
Luego, mediante la educación inicial, aprendemos a cumplir órdenes mucho más allá del entorno familiar, así como a interactuar con otras personas, seguido de la educación primaria que nos forma, intelectualmente, y nos ofrece los recursos a objeto de poder llevar, dignamente, una vida en sociedad –proceso de socialización-, recibiendo premios o castigos, según nuestra responsabilidad -actitud fundamental en toda acción-, ante las obligaciones o compromisos.
Ya de adultos, tal responsabilidad se traduce en la ejecución de un trabajo mediante contrato por escrito u oral con las pautas laborales empleador/trabajador, lo que implica las obligaciones laborales a cumplir, a cambio de un salario o remuneración, convenida en el lapso cuando debe pagarse: quincenal o mensual, de acuerdo con el tipo de trabajo y la forma cómo ambas partes acuerden en el contrato o vinculo laboral, cuya percepción es obligatoria para cada trabajador, ya que todo empleado desea su ingreso para poder cubrir las necesidades básicas –alimentación, vivienda y vestido-, insume hoy día en Venezuela.
Pero, en virtud de la situación económica actual, se plantea el problema de cómo obtener una medición cuantitativa de la productividad ante la inflación. Entonces, se presenta un debate muy vivo: ¿Debemos vincular los salarios al incremento del costo de la vida o a la productividad de cada empleado?, disyuntiva tan antigua como difícil de solventar, que cuenta con opiniones contrapuestas: por una parte, la de los sindicatos. Y, por la parte del gobierno, pues cada uno aboga por el “bienestar” de la clase trabajadora, obviando la propuesta patronal sobre la vinculación de los salarios según la productividad de cada empleado.
La realidad estriba en que todas las opciones plantean problemas que no cuentan con respuestas sencillas y de consenso sino improvisadas, como la de incremento compulsivo del salario mínimo.
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