Nadie duda, hasta mucha gente del propio gobierno, incluso, que desde 1999 venimos rodando por un despenadero a causa de sus políticas erráticas; fundamentalmente, las económicas, desliz que ratifica el presidente extinto, “comandante eterno”, cuando designa como sucesor o heredero, a la usanza de una monarquía europea rancia, el desastre que hoy nos agobia a todos, sin excepción; en consecuencia, es el producto exclusivo del proyecto castrocomunista de Hugo Chávez, con todos sus efectos demoledores.
Los resultados, difícilmente, no podían ser diferentes porque al tratarse de un proyecto político personal y/o criminal, de avidez inescrupulosa por el poder, arruinaría un país que venía con trayectoria de prosperidad, pese a los vaivenes de la política de entonces, sobre la base del capitalismo, ante una democracia perfectible; pues casi tras una década y media (2000-2015) el chavismo acaba con el aparato productivo del sector privado. Y, de paso, arruina, también, el aparato productivo estatal.
Sin ánimos de provocar confrontaciones, resulta pertinente y oportuno aseverar que al sector productivo lo liquida porque su proyecto castrocomunista no concuerda con otros factores de poder diferentes de la cúpula o cogollo que manda; y es así como se destruyen unas 350 mil industrias y unidades de producción agropecuaria, muchas por estrangulamiento financiero; otras, confiscadas, expropiadas o invadidas. Y, al sector productivo estatal: PDVSA, SIDOR, ALCASA y otros, pese a su fortaleza financiera, los demuele la ineptitud y/o desidia, además de la ineficacia y la corrupción que, obviamente, son actitudes innatas del régimen actual, con una patria al garete, cuyas aberraciones pretende arreglar mediante una Asamblea Constituyente inoficiosa.
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