LA VIOLENCIA, ARMA DE QUIEN NO TIENE LA Razón
Isaías A. Márquez Díaz
Con esta frase tan célebre hemos intitulado esta columna, a ver si llega al corazón de todo venezolano quien la lea, pues apostemos a un diálogo por la paz y el entendimiento necesarios a objeto de que el país salga del marasmo institucional en el cual se halla atrapado, que produce angustia e incertidumbre extremas entre quienes amamos la libertad, la justicia, y que somos amigos fieles del bienestar social, la paz común, así como de la comodidad para todos, sin excepción. Sentimos una especie de enojo absoluto, que nos lanza por la valentía o la cobardía; mediante la primera vía propiciamos e impulsamos la denuncia pública y ciudadana, mediante marchas; por la segunda, con nuestro silencio y conformidad, nos hacemos cómplices, encubridores y partícipes con quienes saquean el erario público mediante actos públicos en donde resalta el fraude, la coima, la chicana y la corrupción.
En efecto, cada quien tiene derecho a manifestar, a protestar pacíficamente, incluso a disentir del régimen. Pero, en democracia quien gobierna es la mayoría –soberanía popular-, de acuerdo con la propuesta revolucionaria que iniciase el “comandante eterno”, criterio que debería mantenerse.
La protesta es una vía de escape a la ansiedad y/o desespero de sectores que se sienten vulnerados en sus derechos, lo cual está ajustado al marco de la legalidad; pero al tornarse violenta y afecta el derecho de otros, mal pudiera permitirse; más aun, si se vuelca hacia “Zonas Militares”, ya que éstas por su naturaleza, constituyen áreas inviolables. Y, así es, mundialmente.
Podríamos estar seguros de que muchos de los estudiantes y jóvenes quienes protestan lo hacen bajo convicción de que actúan decentemente. Pero, un grupúsculo de indeseables aprovecha cualquier manifestación popular a objeto de generar violencia y daños a los bienes públicos.
En vista del número de víctimas y heridos tan elevado por la represión desmedida GNB/PNB, los afectados no apelen por la “Ley del Talión” o tomar la justicia por sus propias manos, ya que lavar sangre con sangre generaría crueldades mayores, tal y como lo aseverase a las tropas el obispo castrense, excmo mons dr Ramón I. Lizardi, durante una época difícil para la democracia venezolana, década 1960-1970, quien solía resaltar: “No devuelvan a nadie mal por mal; procuren ganarse el aprecio de todos los hombres”. (Rom, 12:17).
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