Isaías A. Márquez Díaz: Inflación como impuesto
La inflación se nos ha convertido en un modo de vida, o al menos es lo que nos han hecho ver políticos y economistas, quienes la asumen como un hecho inevitable –un mal necesario-.
Aunque podría parecernos un fenómeno moderno, no lo es. Pues ya desde el troglodita imperio romano (27 a de C-476 d C), se padecen los males de este flagelo, tan cruel en muchas naciones de hoy día. Tanto ayer como ahora, su naturaleza es idéntica: emisión de dinero sin respaldo, que la antigua Roma lo hacen quitando cantidad de metal a la moneda y se mezcla con otro. Y, así, logran acuñarlas con menor contenido de oro y/o plata a fin de reducir su poder adquisitivo. Actualmente, no es un asunto tan complicado, ya que tal solo basta emitir un oficio para que se dé “PRINT” a una impresora muy especial de la Casa de la Moneda y emitir dinero sin respaldo –inorgánico-.
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Quienes asumen la inflación como modo de hacer política piensan, casi siempre, que existe una inflación buena y otra que es mala; que la “buena” contribuye a diluir, mínimamente, los ingresos de los ciudadanos en pro del financiamiento de las políticas de Estado y, mala cuando se haga tangible e incontrolable el deterioro progresivo de los ingresos personales y/o particulares–hiperinflación- a consecuencia del financiamiento público mediante la impresión de dinero sin respaldo, caso que, hoy por hoy, nos ocupa en Venezuela en virtud del comodín fabuloso para el financiamiento de la “emisiones de Deuda Pública Nacional”, utilizadas como instrumentos de política cambiaria, dada las limitaciones impuestas por el régimen de control de cambio, que conlleva una agroindustria cada vez más improductiva y acéfala.
Aunque el Estado venezolano tiene diversas vías de lograr ingresos y financiamientos, lo saludable sería financiarse mediante las cargas impositivas a sus ciudadanos. Tales impuestos tienen por objeto mantener en pie el rol del Estado, su cuerpo y su andamiaje burocrático. En Venezuela, el Estado, por gracia divina, se ha adueñado de actividades principales en la economía. La autoridad máxima, dizque en “nombre del pueblo”, lo ha hecho poseedor único de empresas y derechos de explotación, producción y comercialización de todo recurso productivo, hasta anularlo.
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