Crisis del campo en Venezuela, ayer y ahora
Isaías Márquez
Toda crisis es un cambio negativo, una situación complicada, difícil e inestable durante un proceso, tal y como ahora lo experimentamos en la actividad agropecuaria porque desde 2013, nos agobia, entre otras razones, caída de los precios del petróleo, fallas de combustible y electricidad, las expropiaciones, restricciones de control de cambio para la obtención de divisas, apertura para la importación de productos con divisas de origen dudoso, que inundaron y proliferaron los tales bodegones, a escala nacional.
Se trata de una situación que podríamos parangonar con la culminación de la Guerra Federal, cuando el momento de la agricultura se tornó muy difícil: cosechas perdidas por falta de trabajadores o por la acción desoladora de las tropas federales. La cría perdió cerca de unos siete millones de vacunos, de modo tal que una res llegó a importar entre unos 80 a cien pesos, equivalentes a unos 400 a 500 mil bolívares digitales, no solo beneficiadas para racionar a ejércitos improductivos, sino robadas, pues bandas de cuatreros aparecían por doquier. Paradójicamente, la guerra de Independencia, de mayor duración, limitó sus pérdidas a unas cuatro millones de cabezas.
La población, aparte de carecer de lo más esencial para la subsistencia (precariedades/penurias) estaba agobiada con tributos y contribuciones.
Los derechos ad valorem, que durante 1830 eran de un 34 por ciento, habían subido a casi un 110 por ciento. Todo costaba al doble de lo de una década antes. Así, en 1863, la deuda pública montaba a unos 257 millones de bolívares. Y, los derechos aduaneros estaban enajenados a favor de los acreedores ingleses. Las epidemias, la hambruna, los robos y el sicariato se paseaban sobre una Venezuela cubierta de cadáveres e inundada de sollozos, con más de una cifra cercana a 400 mil decesos.
Miles de almas perecieron, no solo en unas 390 acciones libradas durante unos cinco años de barbarie, sino en las ergástulas o por las vías cuando los trasladaban al presidio. Había una sed cruenta, pues cualquier sargentoide disponía de la vida ajena y privada.
Hoy por hoy, se nos ofrece una situación análoga. Pero, con la diferencia de que disponemos de una tecnología empleable para todo uso, en pro del bien y/o del mal.