Los bancos centrales de casi todo el mundo estudian determinar si sus economías serían lo suficientemente fuertes como para soportar el impacto de una mutación de la Covid-19 más elaborada hasta la fecha, pues los funcionarios de más de una docena de autoridades monetarias, incluida la Resetva Federal de EEUU (Fed, banco central) intentarán, de nuevo, emitir un juicio político sobre un fenómeno médico, compelidos a adoptar una opinión antes de que los científicos comprendan, plenamente, las implicaciones de dicha mutación. El reto estaría en conformar una política monetaria mediante un espejo retrovisor torcido de datos económicos pandémicos (una maraña auténtica), imagen opaca por delante de los riesgos con ómicron, simultáneamente con el ruido que soportamos de los precios en alza.
La diferencia con respecto a las consecuencias económicas del brote inicial de coronavirus estriba en que los bancos centrales tienen la experiencia de los cierres anteriores para evaluar las limitaciones a la actividad en la mayoría de los países son draconianas; en efecto, los consumidores y proveedores han procurado adaptarse. Se han administrado vacunas, sobremanera. Pero, ahora, también hay que afrontar a una inflación galopante.
Solo bastaría con ojesr los titulares de la prensa diaria para realizar que toda la atención de los expertos se halla centrada sobre tal variante. Incluso, lo más importante, cómo las reuniones de los diferentes bancos centrales están condicionadas por esta smomalía ain precedente.
El planeta está a manos de la evolución de esta nueva cepa denominada ómicron que ya se extiende, ferozmente, por más de unas 65 naciones.