En marzo de 2014 un equipo de arqueólogos descubrió, mientras excavaba en el Convento de los Jacobinos, de Rennes (Francia), los restos de Louise de Quengo, un cuerpo de 1,45 metros y 358 años de antigüedad… perfectamente conservado, con piel, músculos e incluso órganos. Aunque suene extraño, no es el primer caso de un cadáver hallado en extraordinario estado de conservación. Si bien algunos consideran esta momificación natural como un milagro, la ciencia tiene su explicación para este fenómeno. La también llamada momificación espontánea puede darse por la confluencia de una serie de factores, como la sequedad del ambiente, la ausencia de insectos, la falta de grasa del cuerpo y la existencia de un medio interno que destruya las bacterias, lo que produce un proceso de desecación natural que impide la putrefacción y descomposición de cadáver. Otra causa de momificación es que el cuerpo esté en un ambiente de humedad estéril: allí se da un fenómeno de adipocira, que primero convierte los tejidos en jabón, mediante la grasa, y luego las partes blandas se transforman en algo parecido a la plastilina. Una tercera posibilidad es la petrificación del cadáver, debido a la infiltración por hidrioxipatita y carbonato cálico, como en el caso de las momias de los pantanos de Tollund, en Dinamarca, o el hombre de Cashel, en Irlanda. En cualquier caso, para que los órganos de un cadáver se conserven es indispensable que el cuerpo no entre en contacto con el oxígeno. Una paradoja al respecto sucede en Noruega, donde los cementerios tienen problemas espaciales porque los cuerpos no se descomponen, dado que se entierran (por una medida higiénica tomada durante la Segunda Guerra Mundial) envueltos en fundas de plástico que no permiten el paso del oxígeno.
FUENTE: BBC