No creo exagerado afirmar que proponerse burlar el ojo del G2 cubano y haber logrado, como suele decirse, “poner en la calle” exitosamente una estrategia de masas formulada en consignas tan sencillas y caras al común de las personas como las que donosamente ha sabido proponerle Juan Guaidó a su pueblo, y hacerlo de modo fulgurantemente sorpresivo, fue la primera derrota infligida en mucho tiempo al dictador Nicolás Maduro y su arrogante camarilla de ladrones y asesinos. De ella todavía no alcanza a reponerse. Dejarán el poder sin haber llegado a saber qué centella los fulminó.
Que la figura misma de Guaidó, su joven presencia de ánimo, su inconmovible optimismo, su gesto y palabras de servidor público que se asume transitorio y que no por ello rehúye sus deberes y el peligro que entraña cumplirlos, y hasta la impronta de formalidad civil que a los ojos de sus compatriotas, hartos de veinte años de aspaventoso militarismo, traen consigo su kennediano atuendo de camisa blanca y corbata, hayan cautivado la imaginación de quienes anhelamos el retorno a la democracia y al imperio de la ley, tampoco será lo de menos cuando, en un futuro ya a la vista, evoquemos los acontecimientos que hoy concitan la simpatía y el apoyo unánime del planeta demócrata y liberal.
Guaidó, por descontado, no es un iluminado ni actúa solo, aunque es claro que no es mero vocero de un grupo de políticos que, con astucia y encomiable tino, han logrado flanquear y dejar atrás a los desacreditados peleles de la longeva leal oposición cuya única propuesta había sido, hasta fines del año pasado, acudir a cuanta farsa electoral propusiese la dictadura hasta la consumación de los siglos.
Los millones de venezolanos que atendiendo al llamado de Guaidó, han tomado las calles pacífica y gallardamente, apoyan una estrategia —fin de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres— que en modo alguno consiste en ir a golpear suplicantemente los portones de los cuarteles en procura de un chafarote salvador, sino ofrecerle al estamento militar que, para mal de todos, ha sido aliado del desastre chavista, la ocasión de recuperar la estima de sus compatriotas poniéndose al lado de la Constitución y las leyes.
El ánimo persuasivo, civilista, que no ha abandonado a Guaidó ni a quienes piensan como él, a la hora de “rodear” con argumentos constitucionalistas a la oficialidad joven del Ejército y tenderle un cerco de exhortaciones humanitarias difícilmente ignorables, es otra novedad que a los analistas y otros pundits tomará tiempo aquilatar.
Para usar una expresión cara al mundo militar, Venezuela toda se ha sumado a una maniobra envolvente de persuasión y buena voluntad patriótica que ya brinda sus frutos. Síntoma de ello es que en las multitudinarias manifestaciones del pasado jueves no se registrase en todo el territorio nacional ni una sola muerte a manos de la fuerza pública.
Antes bien, en muchas ocasiones los manifestantes fraternizaron con policías y guardias nacionales renuentes a violentar compatriotas inermes. Una anunciada desobediencia que debería poner a pensar a Alto Mando.
El papel insoslayable que en esta ofensiva han jugado los Estados Unidos de Donald Trump es, ¡quién podría negarlo!, harina de otro costal. Tan de otro costal que merece mucho, muchísimo más, que el párrafo de remate de esta columna.
Sin embargo, ningún antiimperialismo de la inactual izquierda latinoamericana podrá opacar el que las decisiones políticas que han logado poner al dictador Maduro en trance de dejar el poder las han tomado, soberanamente, millones de venezolanos ansiosos de vivir en libertad, bajo el imperio de la ley y gobernados por personas elegidas por nosotros mismos.
*Ibsen Martínez, Periodista, escritor y polémico articulista de El país.es.