Considerado como uno de los militares más completos entre los próceres de la independencia sudamericana, Antonio José de Sucre, fue un político, diplomático, estadista y militar venezolano, prócer de la independencia americana, así como presidente de Bolivia, Gobernador del Perú, General en Jefe del Ejército de la Gran Colombia, Comandante del Ejército del Sur, Gran Mariscal de Ayacucho, y mano derecha del Libertador Simón Bolívar.
Era hijo de una familia acomodada de tradición militar, siendo su padre coronel del Ejército Patriota Vicente Sucre.
Este prócer nació el 3 de febrero de 1795 y era conocido en el ejército con los apodos de “Mulei” o “Mulengue”, alusión que hizo el general Luis Urdaneta.
En 1825 fue firmada la autodeterminación de las provincias del Alto Perú en Chuquisaca, creándose Bolivia, país que lo elige presidente por voto popular en 1826, año en que nace su hijo natural, José María. Como jefe de Estado fomenta la participación popular y el respeto por los pueblos originarios, promueve la educación, la lectura y la imprenta.
Sin embargo, tuvo roces con los nuevos gobernantes de Perú. Un motín en Chuquisaca en abril de 1828 ya mostrará el destino inmediato que les tocará a los libertadores. Sucre renuncia a la primera magistratura y en una refriega queda manco del brazo derecho. Al año siguiente marchó con tropas desde Colombia para vencer a los peruanos.
Es nombrado representante de Cumaná ante el Congreso Admirable en 1929, año en que nace su hija Teresa. En camino a Bogotá se entera de los planes separatistas de José Antonio Páez.
Llega a Venezuela a conversar con Páez, sin embargo es amenazado y no transita más allá de La Grita, en Táchira, por lo que regresa a Cúcuta y luego a Bogotá para ir a ver a su familia. Ese será su último viaje.
“Asesinado el Abel de América”
En junio de 1830 se dirige de Bogotá hacia Quito. El día 4, viernes, le tienden una emboscada en el callejón de la Jacoba, ubicado en las montañas de Berruecos, en Pasto. Cuatro asesinos siguen las órdenes del comandante general José María Obando, máxima autoridad del lugar, conjurado con el general Juan José Flores.
Su asesinato fue planificado y ejecutado en las Montañas de Berruecos- Arboleda, cerca de Nariño, el 4 de junio de 1830 con alevosía, ensañamiento, ventaja y premeditación, allí permaneció su cadáver por más de 24 horas hasta que los pobladores de las localidades cercanas le dieran cristiana sepultura.
Poco después de las 8:00 de la mañana se escucha el grito: “¡General Sucre!”. Luego los disparos. “¡Ay, balazo!”, espetó. Tenía 35 años.
El Libertador, Simón Bolívar, que rara vez se equivocaba en sus sentencias, exclamó: “…Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío…” Bolívar que estaba enfermo en la costa del Atlántico, al conocer el luctuoso suceso, exclamó: “¡Santo Dios! ¡Se ha derramado la sangre de Abel!… La bala cruel que le hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida”.
“El general Sucre es el padre de Ayacucho, el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el reino de los Incas”, expresó Bolívar sobre quien dio fin enbatalla al dominio español en el continente.
Bolívar en su propio testamento ordenó que la espada del prócer cumanés fuese devuelta a su esposa Doña Mariana Carcelén. Los restos mortales del Mariscal Sucre fueron llevados a Quito por su esposa, la marquesa de Solanda, y mantenidos en secreto en el Palacio de El Deán, una propiedad familiar ubicada en el Valle de los Chillos, en las afueras de Quito.
En 1832 y cumpliendo la voluntad de Sucre, que deseaba ser enterrado en la capital ecuatoriana, son depositados en secreto en el Convento del Carmen Bajo. En 1900, durante la presidencia del general Eloy Alfaro, fueron llevados a la Catedral Metropolitana de Quito, donde ocupa una capilla.
El catafalco que contiene los restos del Gran Mariscal, está hecho de andesita del volcán Pichincha, y el mausoleo está decorado con alegorías de la Independencia, La Libertad y la Victoria. El Gobierno venezolano donó una réplica de la espada del Libertador, que se encuentra en la pared del mausoleo. Periódicamente, la Guardia de Granaderos de Tarqui, que custodia el cercano Palacio de Gobierno, rinde honores a los héroes.
En su honor fue bautizada una ciudad de Bolivia, el estado donde nació y varios municipios en Venezuela, un departamento de Colombia, el aeropuerto internacional y varios barrios de la ciudad de Quito y la moneda antigua del Ecuador.
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