Desde que asumió la presidencia el 27 de enero, Porfirio Lobo se ha esforzado en cumplir las exigencias de la comunidad internacional, como la conformación de un gobierno de unidad y la creación de una Comisión de la Verdad que dilucide lo que pasó antes, durante y después del golpe.
Sin embargo, Honduras sigue apartada de las instituciones regionales, sobre todo por el rechazo de los países seguidores del socialismo del siglo XXI que propugna el venezolano Hugo Chávez, y por la falta de garantías para el regreso de Zelaya a Tegucigalpa desde su exilio en República Dominicana.
Este último punto parece casi imposible de cumplir mientras los numerosos partidarios del golpe, que siguen instalados, en su mayoría, en las principales instituciones y partidos políticos del país continúen ahí.
A principios de junio, el presidente sonó la alarma al denunciar que había un supuesto interés en derrocarlo, incluso desde su propia formación, el Partido Nacional (PN, derecha).
«No hay riesgo de otro golpe de Estado, la comunidad internacional nunca lo permitiría», dijo el escritor y director de la Biblioteca Nacional en Tegucigalpa, Eduardo Bahr, para quien el mayor reto del presidente es que «los amiguetes políticos del lado recalcitrantemente conservador se echen a un lado».
«Honduras trata de salir del agujero, no de cavarlo más hondo», adujo por su parte Michael Shifter, presidente del centro de estudios Diálogo Inter-Americano, en Washington.
Y es que el «enorme costo» que ha pagado Honduras por el golpe ordenado por la Justicia, convalidado por el Congreso y ejecutado por el Ejército que expulsó hace un año a Zelaya a Costa Rica, hace poco probable que otro golpe de Estado encuentre apoyos, dijo Shifter.
Pero mientras Lobo da lentos pasos hacia la normalización, en la calle se perciben «niveles insospechados de intolerancia y crispación», advirtió un diplomático europeo en Tegucigalpa.
Al descalabro económico, agravado sin duda por la disminución de ayudas y el cierre de los créditos internacionales, la crisis económica internacional, y las constantes violaciones a los derechos humanos que instituyó el gobierno de facto de Roberto Micheletti, se suman a la trepidante inseguridad, la violencia, la corrupción y la penetración del narcotráfico en el país.
«La población se ve cada vez más en un estado de indefensión», dijo Bahr, quien considera que el regreso de Honduras a las instituciones internacionales puede ayudar a «calmar a las clases bajas», que presionan cada vez más por un cambio del sistema que pasa por la convocatoria de una Asamblea Constituyente, precisamente lo que le valió el golpe a Zelaya.
La situación que ha heredado Lobo tras el golpe de Estado «rebasa con mucho las posibilidades de un político, de un partido y de un gobierno abrumados además por problemas antiguos que se han concentrado y han estallado de repente», aseguró el diplomático.
Por ello, cada vez son más las voces que reclaman una reforma «a fondo» del sistema político hondureño, que deje atrás el partidismo y la corrupción y avance hacia una democracia social, política y económica que se ocupe en profundidad de los problemas nacionales, con la pobreza y las escandalosas desigualdades a la cabeza.
aj / Reporte360