Robin Williams fue adorado en vida y añorado tras su muerte. Y cuando se cumple el primer aniversario de su fallecimiento, su recuerdo sigue más vivo que nunca, como queda de manifiesto en las renovadas muestras de cariño vertidas en las redes sociales por quienes le conocieron o a los llegó con sus trabajos, desde la serie Mork & Mindy, su genio en Aladdin, o el Oscar conseguido con El indomable Will Hunting. Todas ellas coinciden en lo mismo, la sorpresa de una muerte inesperada cuando el intérprete se suicidó en su casa de Tiburón (California, EE UU) a los 63 años, y el asombro de que haya pasado ya un año. Doce meses que han convertido el banco de los jardines públicos de Boston (EE UU) utilizado en El indomable Will Hunting en lugar de peregrinación y ofrenda floral, un altar para quienes echan a faltar el humor de un cómico atormentado por demonios como la depresión y el alcoholismo y que acabó con su vida tras ser diagnosticado con Parkinson. San Francisco, la ciudad en la que vivió y amó, también le ha dedicado uno de sus lugares más icónicos, el túnel Waldo o arco iris como popularmente se conoce la entrada desde Marin County, el condado donde residía Williams y que ahora lleva el nombre del actor.
Las peleas familiares por su herencia que siguieron su muerte han dejado paso a un legado cinematográfico con el estreno de sus últimos trabajos. Entre ellos el drama independiente Boulevard donde interpreta a un hombre que hace las paces con su identidad sexual. Y el hombre de las mil voces todavía tiene pendiente de estreno el filme Absolutamente cualquier cosa dirigido por el ex Monty Python Terry Jones donde Williams hace hablar a un perro. También está presente en la Red la indignación con la que han sido recibidas las noticias de dos futuros remakes de obras de Williams. Entre ellas la película Jumanji, que llegará a las pantallas con otros actores el año que viene, y el deseo de los estudios Disney de realizar en imagen real los orígenes del genio de Aladdin en la película Genies.
Pero lo que más habla de la muerte de Robin Williams es el silencio de sus hijos. Como reconoció el mayor de los tres, Zak, 32 años, tanto él como sus hermanos Zelda, 25, y Cody, 23 años, quieren recordar a su padre de la mejor manera en un proceso todavía doloroso. De ahí que Zelda se haya desconectado estos días de las redes sociales. «Son momentos en los que es mejor que me mantenga al margen de las opiniones o los sentimientos de otros y aprecio la comprensión», indicó su hija hace dos semanas entendiendo a su vez aquellos que quieran dejar mensajes para un hombre que ella puede llamar «papá». Sólo pidió respeto «en un tiempo en el que la bondad escasea» temerosa de los comentarios que puedan dejar los troleros en red y que ella no podrá borrar estos días. No se tendrá que preocupar por las palabras de Sarah Michelle Gellar, compañera de Williams en su última serie, The Crazy Ones, cuando recordó un texto del escritor Ralph Waldo Emmerson que describe el éxito por la capacidad de reír “mucho y a menudo”, ganarse el respeto de la gente inteligente y el cariño de sus hijos. «Tú triunfaste RW», resume la actriz.