A los seis años de edad, en lugar de utilizar flotadores o levantar castillos en la arena en las playas de Choroní, Francisco “Lolo” Bellorín decidió meterse en el mar para aprender a surfear.
Aunque en un par de oportunidades tuvieron que sacarlo del agua por temor a que se ahogara, nunca tuvo miedo: más pudo la inspiración por ver a uno de sus hermanos surcando las olas, y lo que comenzó como un simple pasatiempo poco a poco fue transformándose en una pasión.
“Apenas llegaba de la escuela comía algo y enseguida se iba al mar”, recuerda su padre, con aire nostálgico, mientras observa desde el malecón las aguas en las que su muchacho se sumergía por simple diversión.
Allí y en otras playas del pueblo rememora cómo los amigos de Francisco lo sentaban en la arena y lo enseñaban a hacer maniobras que luego intentaba plasmar sobre las olas.
“Veía, imitaba, intentaba y perfeccionaba”, relata el padre, quien siempre le pedía a su hijo que estudiara y no descuidara sus actividades académicas.
El “Lolo”, como lo llamaban desde pequeño, ni siquiera tenía una tabla propia. Conseguía una prestada o más de una vez buscaba objetos que pudiera utilizar para surfear.
“No fue fácil”, sostiene su padre cuando recuerda los 30 bolívares que le pagó a un amigo para que trajera a su hijo una tabla desde Estados Unidos.
Rumbo a la cresta de la ola
Aunque conseguirle la tabla fue costoso para su padre, apenas se trató del inicio del sacrificio por ayudar a su hijo a cumplir sus sueños de dedicarse de manera profesional al surf.
Ya conocido en su pueblo, para dar el salto definitivo a la fama debía seguir entrenando para comenzar a participar en torneos nacionales; pero a su papá, hombre dedicado a la pesca, no le sobraban tiempo ni recursos.
“Estaba ocupado para llevarlo a Ocumare, La Guaira o Puerto Cabello, por lo que tenía que dejar de hacer mis labores. Además costaba dinero”, relató.
Hasta que la vida les dio un vuelco de 180 grados: en plena preadolescencia, el “Lolo” fue considerado por la Asociación de Aragua para unos juegos nacionales en Margarita, que tenían como premio una tabla.
Para sorpresa de propios y extraños, Francisco salió campeón de la competencia, llevándose una medalla de oro guindada en el cuello y una tabla bajo el brazo.
De allí en adelante siguió surgiendo y en los regionales siempre quedaba entre los primeros tres lugares.
Cuando cumplió 14 años de edad y recién comenzaba a tener algunos patrocinantes, lo mejor estaba por venir: le pidieron que sacara pasaporte para viajar a Perú y allá salió campeón por primera vez fuera de Venezuela.
“Comenzaron a llamarlo fabricantes de tablas, le regalaban franelas y shorts, y los viajes se volvieron rutina”, narra su padre mientras sonríe con orgullo.
En la actualidad, a sus 28 años de edad, quedó cuarto en el Mundial que se celebró en Costa Rica a finales de 2016, logro que unió a un palmarés en el que ya figuraban dos campeonatos de Latinoamérica y medallas en Juegos Panamericanos.