Washington, EFE– Los cerebros de los jóvenes son más vulnerables que los de adultos a los
Frances Jensen, del Children’s Hospital de Boston (Massachusetts), advirtió en el congreso Neuroscience 2010, que se celebra en la localidad californiana de San Diego, que los efectos de las drogas son más duraderos en un cerebro joven.
La doctora subrayó que el cannabis, por ejemplo, puede permanecer en el sistema nervioso de un adolescente durante días, y afectar los centros del aprendizaje y la memoria.
Esto se debe, según explicó, a que un cerebro adolescente tiene más receptores a los que la droga puede aferrarse que en un adulto.
Respecto a los efectos a largo plazo, Jensen se remitió a un estudio liderado por Staci Ann Gruber de la Escuela Médica de Harvard y presentado también en el congreso, que indica que la marihuana puede reducir permanentemente el cociente intelectual de los jóvenes que lo consumen de forma regular.
Los sujetos de ese estudio que empezaron a consumir la droga antes de los 16 años obtuvieron las puntuaciones más bajas del grupo en un test de flexibilidad cognitiva, que evalúa la capacidad de cambiar la respuesta a una pregunta en función del contexto de la situación.
Según Jensen, además, las resonancias magnéticas funcionales de los cerebros de fumadores de cannabis muestran que sus áreas de inhibición frontal y prefrontal están afectadas.
Un segundo estudio, presentado en el congreso por Michela Marinelli de la Universidad Médica Rosalind Franklin, profundiza en la idea, cada vez más común en la literatura científica reciente, de que la adicción es una forma más de aprendizaje para el sujeto.
El equipo de Marinelli mostró cómo las ratas en su etapa adolescente trabajaban más intensamente para recibir cocaína como recompensa que las adultas, y consumían más.
«El cerebro adolescente aprende mucho más fácilmente, pero por desgracia puede convertirse en adicto mucho más rápido y fuertemente, y durante más tiempo», comentó Jensen.
Los efectos del alcohol fueron, por su parte, el centro de un estudio de la Universidad de Loyola en Chicago, según el cual esa sustancia puede perturbar las conexiones del cerebro relacionadas con la producción de hormonas del estrés.
Ese trastorno puede perjudicar la capacidad de una persona para manejar el estrés, lo que puede, más adelante, provocarle ansiedad o depresión.
Las conclusiones de este último estudio, realizado sobre ratas, no permiten, sin embargo, establecer una extrapolación definitiva a los humanos.