Aparte de parir, sacarnos una muela y los consabidos cólicos menstruales, no hay un dolor más intenso y profundo que el que sentimos cuando nos parten el corazón.
Cuando pisotean nuestro orgullo y por la ventana salen volando sin control nuestras ilusiones. Esa sensación de vacío permanente en el estómago que nos lleva a sentir que nos ahogamos, que nos falta el aire. El dolorcito fastidioso en Do sostenido que se nos incrusta en el alma y en la mente obligándonos a concentrarnos en imágenes dolorosas y en recuerdos amargos que por más que lo intentemos, se rehúsan a salir de nuestra memoria.
Si a esto le sumamos una característica muy femenina que es la muy masoquista actitud de auto flagelarnos y que se resume en leer y releer ¿sus¿ cartas de amor (las de hace más de tres años, por supuesto), ver una y otra vez fotos de cuando eran felices, llamar nuestras amigas socialmente activas para que nos cuenten si lo han visto por ahí, que tenía puesto y con quién andaban del brazo y la típica llorada a moco tendido al escuchar las veces que sean necesarias la canción que le recuerda a su ex, la que le dedicó justo antes de hacerse novios, terminar una relación sentimental en la mayoría de los casos es infame.
Más aún si con quien queremos terminarla lleva mucho rato desequilibrándonos tanto física, como económica, mental y emocionalmente.
Sí, terminar una relación no es para nada fácil, para qué engañarlas. Se necesita de nervios de acero para intentar seguir adelante con nuestras vidas, peor aún con el corazón roto y el orgullo por el piso.
Pero, así como muchas de nosotras ya nos hemos convencido de aquello que dicen que ¿no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista¿, las que sabemos que después de uno siempre llega otro si es que lo queremos o si es que lo recibimos con los brazos abiertos y no con un bate y llenas de resentimiento, ha pensado alguna vez en cómo asumen ellos una ruptura sentimental? Es decir, por pura curiosidad, porque la consideración nos es esquiva más aún cuando creemos tener motivos de sobra para partirles algo más que el corazón, la cabeza, por ejemplo, alguna vez se ha puesto a pensar en qué sienten los hombres cuando somos nosotras las que tomamos la iniciativa de mandarlos a la porra?
Porque, si bien es cierto que las mujeres nos quejamos de todo y de todos, por deporte, por costumbre, a diferencia de épocas anteriores, ahora somos nosotras las que en su mayoría desechamos hombres en el camino cuando sentimos que la relación no nos llena o no es siquiera lo que esperábamos.
cuando nos ponen los cachos y nos enteramos de la manera más cruel, cuando se convierten en seres hostiles y agresivos sin que sepamos bien por qué, cuando se vuelven tan poco detallistas que con dolor alcanzamos a adivinar que su actitud no es más que una estrategia maquiavélica para deshacerse de nosotras? La traición señoras viene en una amplia gama de formas y colores, es un hecho. Así como lo es que quien traiciona mal, del traicionado recibe una reacción peor. Entonces cómo decirles adiós bien, sin que ello nos reste posibilidades para volver a tenerlos en nuestras vidas como amigos al menos. O como un posible ¿repechaje¿ en un futuro? La clave está en terminar bien… sin tanto drama.
Pero, en qué momento debe terminar una relación? Cuando, a pesar de las señales obvias, por fin descubrimos una traición, cuando presas del tedio decidimos buscar nuevos rumbos o, tal vez, cuando cansadas de tanto drama, con llanto herido, portazos y escenitas cursis de despecho nos obligan a partir cobijas? Por qué llegar a los extremos y elegir terminar mal cuando es mucho conveniente para ambas partes admitir que sencillamente no funcionó?
La razón no es tan simple. Porque a uno de los dos siempre le dolerá más que al otro. Porque cuando nos embarcamos en una relación sentimental es inevitable no ilusionarnos con un final feliz. Porque cuando ocurre una desconexión emocional alguno de los dos no estará preparado para asumir que tal vez sí se acabo. Cuando ambas partes así lo determinen sería el ideal, de acuerdo.
Pero en la mayoría de los casos no sucede así. De hecho, muchas relaciones terminan mal porque uno de los dos no lo acepta o porque a alguno de los implicados en el doloroso asunto, es decir, al que decida romper la relación primero, le faltará tacto para decir adiós. Y nadie se ha inventado todavía una fórmula efectiva para evitar el llanto que produce un desengaño. La sensación de fracaso y de frustración que viene tras una ruptura sentimental, es cierto. Como también lo es que hay maneras de terminar las cosas sin que tras amarnos terminen también odiándonos.
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