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El mundo después del capitalismo

      El hundimiento de la URSS y la caída del Muro de Berlín, así como el crecimiento económico de los años noventa del pasado siglo, parecía indicar el triunfo definitivo del capitalismo. En realidad, aunque muchos se empeñaran en hablar de la muerte de Marx, lo que había desaparecido no era el pensamiento marxista sino la praxis burocratizada soviética y la de los países de su órbita. Sin embargo, desde finales del siglo XX y, sobre todo a raíz de la grave crisis desencadenada desde el año 2008, lo que sí se está vislumbrando es el inicio del fin del capitalismo, el sistema que ha regido los destinos de buena parte del mundo desde hace varios siglos.

Las perspectivas son verdaderamente funestas; en algunas décadas el sistema quedará colapsado. Habrá luchas pavorosas por las pocas reservas de energías fósiles que vayan quedando en el planeta. El cambio climático originará desastres naturales, especialmente en las áreas subtropicales y ecuatoriales. En los países pobres aumentará la crisis alimentaria, mientras que en el Primer Mundo el estado del bienestar quedará desmontado en pocos años y la clase media se verá empobrecida.

¿Hay alternativa a estos aciagos presagios? En estos momentos parece difícil porque hay un grave problema que subyace a la crisis económica y que, probablemente, está en el origen de todos los males: la ambición patológica del ser humano, aderezada por la actual crisis de valores de buena parte de la población. Todavía la humanidad se encuentra a la espera de una revolución ética, de la misma magnitud que la tecnológica. Un vuelco en la conciencia que nos permita superar, después de varios milenios de Historia, la miseria moral del ser humano. No se trata de ninguna idea nueva, pues ya Aristóteles, indicó que el desarrollo de la conciencia ética era el único camino factible para alcanzar la felicidad. Una felicidad que ha brillado por su ausencia a lo largo de la Historia, precisamente por la inexistencia de esa ética. Nada tiene de particular que Friedrich Hegel, en el primer tercio del siglo XIX, afirmase certeramente que la felicidad eran páginas en blanco dentro de la Historia. Lo cierto es que, una vez desencadenada dicha revolución, sobre esa nueva ética colectiva, sería factible un cambio de rumbo, estableciendo un nuevo sistema sobre la base de cinco pilares:

Primero, la instauración de democracias reales y participativas, con listas abiertas, con partidos que funcionen de abajo arriba y no al revés. Asimismo, se deberían implantar leyes electorales que otorguen el mismo valor a todos y cada uno de los votos emitidos por los ciudadanos. Los movimientos populares, iniciados en el mundo árabe, y continuados en algunos países occidentales, como el 15M, pueden abrir brecha en ese sentido.

Segundo, el cosmopolitismo que debería sustituir al nacionalismo y al patrioterismo. No en vano, el nacionalismo exacerbado ha sido una de las peores lacras del mundo contemporáneo, siendo responsable de la casi todas las guerras internacionales y los genocidios. En cambio, el cosmopolitismo genera lo contrario, es decir, inclusión, pues parte de la base solidaria de que todos somos integrantes del cosmos. No es tan difícil concienciarnos de que antes que europeos, africanos, americanos o asiáticos, somos ciudadanos del mundo, pasajeros de un navío llamado Tierra.

Tercero, la redistribución de la riqueza a nivel mundial que debería sustituir a la actual división desigual del comercio y al concepto de la acumulación capitalista. El control o la supresión de las multinacionales, así como de los organismos económicos internacionales que las amparan, sería un buen punto de partida. No es tolerable que casi mil millones de seres humanos estén pasando hambre en el mundo, mientras que una buena parte de la población del Primer Mundo sufre problemas de sobrealimentación.

Cuarto, una disminución drástica del consumo superfluo, lo que provocará un decrecimiento sostenible. El futuro de la humanidad pasa necesariamente por el final de la era consumista, provocada por el propio sistema capitalista que alienta al consumo, con masivas campaña mediáticas y publicitarias.

Y quinto, una concienciación ecológica real que nos permita respetar el planeta en el que vivimos. Desde el Neolítico se inició una depredación del medio que ha continuado hasta la Edad Contemporánea, cuando ésta ha alcanzado niveles verdaderamente inasumibles. Si queremos sobrevivir como especie, necesitamos recuperar la armonía con la madre naturaleza.

¿Son utópicos estos planteamientos? Obviamente sí, entre otras cosas porque en estos momentos estamos lejos de esa necesaria revolución ética. Pero el mundo no necesita pesimistas sino todo lo contrario. Ya Karl Marx revisó la historia de la humanidad no sólo con la idea de reinterpretarla, sino también con la intención de influir en el cambio. Si los millones de descontentos, que proliferan por doquier en el mundo, tanto en el Norte como en el Sur, asumieran estos principios esenciales, se sentarían las bases de una nueva era para la humanidad. En medio de la actual zozobra, cada vez somos más los que pensamos que es posible un mundo sin guerras, sin esclavos, sin diferencias de clase, sin totalitarismos, sin mafias y sin millones de hambrientos. La actual crisis podría despertar la conciencia colectiva de la clase trabajadora que se ha mantenido aletargada en las últimas décadas.

El ser humano ha sido capaz de lo mejor y de lo peor, moviéndose siempre entre la razón y la locura. En unas circunstancias puede convertirse en el ser más perverso de la Tierra, pero en otras puede obrar el milagro de la reconducción de su propia existencia. No nos queda otra cosa que lo de siempre: la esperanza. ¡Suerte!

Rebelión

El mundo después del capitalismo was last modified: mayo 8th, 2012 by
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