Mursi consiguió 13.230.131 votos frente a los 12.347.380 de su rival Ahmed Shafiq, un exprimer ministro de Mubarak, declaró el presidente de la Comisión Electoral, Faruk Soltan.
Mursi, un ingeniero de 60 años con diploma de una universidad estadounidense, es el primer islamista que consigue la jefatura del país más poblado del mundo árabe.
Su victoria fue acogida por un estallido de júbilo en la plaza Tahrir de El Cairo, donde miles de simpatizantes suyos gritaban “Alá akbar” (Dios es grande), lanzaban fuegos artificiales y coreaban “¡Abajo el poder militar!”.
Según la televisión pública, el mariscal Tantaui, jefe del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), al mando del país desde la caída de Mubarak, felicitó al nuevo presidente egipcio.
La tasa de participación en la segunda vuelta de las presidenciales, celebradas el 16 y 17 junio, fue del 51%, informó la Comisión Electoral. En la primera vuelta, el 23 y 24 de mayo, había sido del 46%.
Los resultados decepcionaron a los partidarios de Shafiq, que, basándose en resultados provisionales, había proclamado su victoria en los comicios.
La derrota cayó como un balde de agua fría entre algunos de sus partidarios que gritaban, lloraban o se llevaban las manos a la cabeza, como pudo constatar una periodista de la AFP.
Pero el responsable de comunicación de la campaña de Shafiq, Ahmad Baraka, se negó a hacer comentarios.
Mursi dirige el Partido de la Justicia y la Libertad, el escaparate político de los Hermanos Musulmanes, por lo que se ha beneficiado del activismo de esta cofradía, la más importante y mejor organizada de las formaciones políticas de país, con la salvedad de las fuerzas armadas.
Además de contar con legitimidad popular, el presidente dispondrá de un margen de maniobra muy reducido frente al Consejo militar que dirige el país.
Y es que el ejército recuperó el poder legislativo tras disolver a mediados de junio el Parlamento, controlado por los islamistas, a raíz de una sentencia judicial que declaró ilegítimo el modo de escrutinio.
El ejército se ha comprometido a entregar el poder ejecutivo antes del 30 de junio al jefe de Estado saliente de las presidenciales.
Mohamed Morsi es el primer presidente elegido libremente de la historia de Egipto. Así lo ha comunicado la Comisión electoral en medio de una tremenda expectación, generada por el retraso del anuncio electoral, esperado desde hace días. Mohamed Morsi sucederá al dictador Hosni Mubarak, destronado por la revuelta popular egipcia que emocionó al mundo árabe y que demostró que “la gente sí puede acabar con el régimen”, como reza el grito de guerra de las revoluciones árabes, que aún recorre la región.
Ambos candidatos, un militar y un islamista habían cantado victoria por adelantado, al tiempo que los resultados, que debían haberse conocido el pasado jueves se fueron retrasando día tras día. Los militares, desplegados en varios puntos del país, han advertido que no tolerarán desmanes en las calles.
La incertidumbre ha disparado la tensión en un país que se polariza por momentos. Las huestes de los Hermanos Musulmanes, que hace días que consideran a su candidato, Mohamed Morsi, el ganador, han ocupado la revolucionaria plaza Tahrir desde el pasado martes. Dicen que no se moverán hasta que la Junta militar que gobierna el país retire una serie de medidas con las que pretende recortar el margen de maniobra del presidente entrante. El domingo, la plaza ha vuelto a vibrar.
Hoy Tahrir está abarrotada. Hace un calor abrasador, pero los seguidores de Morsi parecen haber olvidado el termómetro corporal en casa. La masa humana desprende a su vez toneladas de energía. Minutos antes del anuncio se palpaba un tremendo nerviosismo en el ambiente. Da la impresión de que la mínima chispa puede incendiar la plaza. Las inmediaciones están sembradas de ambulancias.
Miles de egipcios procedentes de todo el país acampan desde el martes en Tahrir. Los tenderetes que protegen a los manifestantes del sol han ido proliferando a medida que avanzaba la semana. Algunos duermen, otros pasean y siempre hay un grupo que mantiene los cánticos en contra de la Junta Militar y a favor de Morsi vivos. Cuando la cae la tarde, la plaza alcanza su punto álgido. Abarrotada durante cinco noches consecutiva, los islamistas mantienen la fiesta en pie hasta las primeras horas de la mañana. Se trata de seguidores de la Hermandad y de salafistas, también secundan la convocatoria. “¡Allahu Akbar!” , Dios es el más grande en árabe, se ha convertido en la banda sonora de Tahrir. La presencia de grupos revolucionarios laicos es muy minoritaria estos días en la plaza.
Los egipcios votaron el fin de semana en segunda vuelta a su presidente. Las elecciones han sido relativamente limpias, o al menos nadie ha dicho lo contrario, más allá de las alegaciones de ambos partidos, que hablan de un pequeño número de irregularidades. Pero la participación fue baja y muchos egipcios votaron con la nariz tapada porque ni el candidato militar ni el islamista les convencían.
Solo las maquinarias bien engrasadas durante el antiguo régimen –la del Ejército y la de los Hermanos Musulmanes- consiguieron llegar a la segunda y definitiva vuelta de las presidenciales. Los que aquí llaman liberales, es decir los laicos que no apoyan al Ejército, no consiguieron poner en pie un candidato capaz de competir con poderes mucho más consolidados. Lo cierto es que al final, islamistas y militares se van a repartir el poder. Y lo cierto es sobre todo, que al margen de interpretaciones, Morsi será el primer presidente de la transición democrática egipcia.
Mohamed Morsi sucederá a Hosni Mubarak, el rais que gobernó Egipto con puño de hierro durante tres décadas y que ahora se supone que agoniza en un hospital de las afueras de El Cairo. Los rumores difundidos esta semana por la televisión estatal sobre una muerte inminente de Mubarak desorientaron y confundieron aún más a los egipcios, que ya no sabe a quién creer. Mubarak fue trasladado al hospital desde la cárcel de Torá, donde cumple cadena perpetua por no haber impedido la muerte de cerca de 900 manifestantes durante la revolución que le destronó el año pasado.
La victoria llega plagada de interrogantes. El principal es cómo se repartirá el poder el nuevo presidente con los militares. La Junta militar que gobierna el país tras la caída de Mubarak emitió hace una semana, justo cuando los egipcios terminaban de depositar su voto, un texto constitucional, por el que recortan drásticamente los poderes del presidente entrante.
El poder legislativo queda así en manos de los militares, después de que disolvieran el Parlamento echando mano de una amplia interpretación de una sentencia del Constitucional que anulaba parte de los escaños por la supuesta violación de un tecnicismo electoral. Lo relativo a la defensa del país y su presupuesto también compete ahora plenamente a los militares que además ostentan un poder de veto de facto sobre la redacción de la futura constitución. Los militares o el llamado “estado profundo”, que maneja la política, pero también buena parte de la economía del país, se han resistido con estas medidas y en el último momento a ceder el testigo del poder.
La Junta militar se ha comprometido a entregar el poder a las autoridades civiles antes del 1 de julio. Más allá de actos más o menos simbólicos, los actores políticos de esta tortuosa transición son conscientes de que desprenderse de la tutela del ejército va a llevar años.
El País