Reiteradamente he expresado mi vocación pacifista y democrática en la solución de la profunda e inédita crisis que vivimos los venezolanos. He planteado muchas veces que, desafortunadamente, los tiempos de la política son diferentes a los de la gente y que, con bastante frecuencia, la política no se construye con base a los deseos e impulsos de los ciudadanos, por más legítimos que éstos sean.
Pero la paciencia se agota y la desesperación e indignación de la gente crece cada día. Se apodera la incertidumbre al ver que estamos en un callejón sin salida, con el juego trancado, mientras el país todo muere de mengua, en manos de unos desalmados que se impusieron como misión aniquilar a Venezuela.
Dificulto que otro país del mundo haya experimentado la situación trágica que nos está tocando vivir porque, a diferencia de otras naciones, Venezuela aún cuenta con extraordinarios recursos, gente talentosa y una cultura que nos impulsa a defender la democracia frente a esta debacle. Sin embargo, no logramos avanzar; todo lo contrario, seguimos estancados y presos dentro del país, porque una mafia de delincuentes se instauró en el poder, haciendo uso de la amenaza, la corrupción, el amedrentamiento y el control absoluto de las instituciones para eternizarse en el gobierno, violando flagrantemente la soberanía de un pueblo que está sufriendo su incapacidad para gobernar.
Con la profundización de la crisis política aparece de nuevo la figura del diálogo, promovido deliberadamente por el gobierno para ganar tiempo y tratar de recuperarse de una caída inminente, incitando la división de la unidad democrática y la desmoralizando de los ciudadanos que sienten que están perdiendo la batalla frente a un enemigo débil e inepto, pero provisto del poder de las armas y de instituciones genuflexas al servicio de Miraflores.
Consciente de la importancia de la negociación política, me resisto apoyar un diálogo con quienes violan los derechos de los venezolanos y temen la consulta electoral para dirimir una crisis cuya responsabilidad le pertenece absolutamente al régimen. Considero que no existe voluntad de diálogo cuando los oficiantes del mismo se comportan como pandilleros de barrios, a los que les importa más salvar su corrupto e inmoral pellejo que a los venezolanos. Un diálogo condicionado por los intereses de los que agravian, ofenden, humillan y destruyen al pueblo venezolano, sólo servirá para proporcionarle una bombona de oxígeno a este régimen agónico y jamás para solucionar la crisis que nos devora.
Entonces, ¿qué hacemos? En mi humilde opinión, debemos hacer varias cosas simultáneamente. En primer lugar, defender la vigencia de la Constitución y restituir el hilo institucional con la gente organizada en la calle. Es el tiempo de los ciudadanos comprometidos con la libertad y el progreso; que seamos los ciudadanos los que marquemos la pauta en compañía de partidos políticos con verdadera vocación unitaria y democrática, deslastrados de intereses mezquinos y parciales que nos hacen daño y, a veces sin darse cuenta, ayudan al régimen. Debemos ser nosotros los que exijamos a la MUD su compromiso histórico con Venezuela; la urgencia de evitar a toda costa cualquier vestigio de división e incoherencia en una lucha que nos necesita unidos y centrados absolutamente en un solo objetivo: liberar a Venezuela de esta plaga insensible y mortífera que nos asesina sin piedad alguna.
En segundo lugar, es fundamental ampliar el concepto y naturaleza de la oposición venezolana. Hoy día no es posible identificar la oposición exclusivamente con la MUD; la realidad actual es diferente, la oposición venezolana está integrada por el 80% de los venezolanos que se oponen al régimen de Maduro, allí conviven los partidos democráticos, los sectores chavistas críticos del régimen, las universidades, las ONG, las Iglesias, los empresarios, comerciantes y productores y, en una base amplia y luchadora, el pueblo que clama por un cambio lo más pronto posible porque el hambre, la inflación, el desempleo, la inseguridad y la desesperación amenaza con convertirnos en una nación tan pobre y violada como cualquier país africano o, más cerca todavía, como Haití, que ya es mucho decir.
Le corresponde a la dirigencia democrática convocar esas voluntades sedientas de participar y empujar el cambio de Venezuela. Que el color que luzcamos sean los de la bandera nacional y dejar a un lado pensamientos y acciones particulares que atrasan lo que ya no puede esperar más. Hoy todos hacemos falta, sin mirar el pasado sino el presente y el futuro que nos hace llamados de angustias y urgencia.
Y, finalmente, participar en el diálogo sólo si éste se encamina para materializar el cambio de Venezuela e iniciar la construcción de un proceso de transición lo más consensuado posible, a fin de evitar más males y tragedias de las que estamos viviendo.
La estrategia que nos debe seguir uniendo a los venezolanos es el cambio político, constitucional, popular e inmediato porque mientras estos forajidos nos gobiernen no tendremos paz, ni libertad, ni progreso, ni mucho menos futuro. Que nada ni nadie nos aparte del camino del cambio, la historia nos dará la razón.
@EfrainRincon17|Profesor titular de LUZ