El voto es una decisión personalísima de los ciudadanos. Cada quien tiene razones para decidir ir a votar o abstenerse. En sociedades normales, donde la democracia funciona eficientemente, muchos ciudadanos deciden abstenerse, convencidos que las cosas funcionan tan bien que no vale la pena tomarse la molestia de ir a votar; en tal caso, la abstención termina convirtiéndose en un apoyo tácito al gobierno de turno. Esa razón pareciera no ser válida en un país que, como el nuestro, el gobierno es la expresión más acabada de cómo se destruye a toda una sociedad. Pero indistintamente de las diversas razones esgrimidas por los electores, el voto es uno de los derechos políticos que disfrutamos los demócratas, constituyéndose sin duda en un mecanismo de expresión y de lucha para alcanzar los cambios requeridos por la sociedad.
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En mi caso particular siempre he ejercido mi derecho al voto. En ninguna elección política me he abstenido, con excepción de las parlamentarias del 2005, cuyas consecuencias las hemos sufrido con lágrimas, sudor y sangre. Como me considero un demócrata cabal, creo firmemente que el voto es el arma más poderosa que dispongo para combatir los males que este régimen y sus cómplices le han propinado a Venezuela. Confieso, además, que como no tengo vocación de kamikaze, hago uso del voto para fortalecer la lucha contra aquellos que impiden que seamos un país libre y de progreso.
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Ahora, pregunto, ¿qué ganan algunos demócratas que de manera obstinada y hasta malcriada manifiestan que no vale la pena votar porque en Venezuela hay una dictadura? Pues, déjenme decirles que efectivamente el régimen de Maduro es una dictadura y que hay testimonios en el mundo que nos muestran que los dictadores salen con los votos de los ciudadanos, como es el caso de Pinochet en Chile. Pero en todo caso, ¿qué otra opción diferente al voto tenemos para expresar nuestra rebeldía en contra de este régimen corrupto y forajido? Los que creen que la abstención es el camino, entonces, deben plantear razones sólidas que nos permitan conocer las ventajas de quedarnos en las casas, de brazos cruzados, mientras el régimen cargado de la más absoluta ilegitimidad hace fiesta y termina apoderándose de todos los espacios de la República.
Quienes acusan de colaboracionistas del régimen a los opositores que participan en las próximas elecciones de gobernadores del 15 de octubre, con todo respeto, creo que no están leyendo correctamente el mensaje de Maduro y el de su cómplice en el Zulia. El régimen no quiere elecciones de ningún tipo porque, en primera instancia, no cree en la democracia ni en la alternancia política y, en segundo lugar, están convencidos de la derrota descomunal que sufrirán en cualquier elección en el que participen sus candidatos. Ellos no quieren elecciones, por eso colocan obstáculos para impedir la participación electoral de la oposición democrática; inventan cosas increíbles para desmotivar a los opositores y enredarla a los dirigentes con conflictos internos para dinamitar la unidad; dejan rodar bolas malintencionadas para que los incautos las difundan por las redes sociales, reforzando la idea que no vale la pena votar porque estamos legitimando la dictadura madurista. Esas y otras cosas más han hecho para impedir que vayamos a votar.
Lo cierto es que al régimen le salió el tiro por la culata. La oposición no sólo acepto el reto de ir a unas elecciones plagadas de ventajas para el oficialismo, sino que eligió a la mayoría de sus candidatos a través de elecciones primarias que resultaron un buen ejercicio para iniciar la contienda electoral. Hoy la oposición cuenta con candidatos unitarios que, si logran interpretar la demanda de cambio que está brotando en todo el país y mantienen la unidad política y estratégica, con seguridad obtendrán la victoria en más de 18 gobernaciones de la República.
Díganme ustedes, apreciados lectores, ¿cómo se fortalece más la lucha contra la dictadura: con 18 o más gobernaciones o con ninguna? En lo personal creo que mientras más espacios ocupemos, más difícil se la ponemos al gobierno; además, estas elecciones representan una opción efectiva en el complejo tablero del rescate de la libertad y la institucionalización democrática de la República.
Seguramente, a este argumento responderán que para que sirve ganar gobernaciones si el régimen saboteará o inhabilitará a los gobernadores electos; en ese caso, el régimen profundiza ante el mundo su vocación dictatorial, debilitándose aún más con semejante comportamiento. En tales circunstancias, pierde más el régimen que la oposición democrática aunque, en las primeras de cambio, diera la impresión de la inderrotabilidad de una dictadura que sólo la sostiene las armas de la cúpula militar y el poder de instituciones absolutamente deslegitimadas.
Y, como soy zuliano de pura cepa, voy a votar para desalojar del palacio de Los Cóndores a un gobernador que prefiere defender la lealtad con Maduro y con su gobierno de hambre y pobreza que los intereses supremos del pueblo zuliano. Yo voy a votar porque siento que desde el Zulia, de la mano de Juan Pablo Guanipa, podemos darle más fuerza a la lucha por un cambio político que enrumbará a Venezuela por caminos de libertad y bienestar para todos.
Yo voy a votar porque quiero ser protagonista del progreso y de la luz del Zulia, un Estado arruinado por Arias Cárdenas en los últimos cuatro años y medio, convirtiéndose en el cómplice mayor del hambre, la pobreza y de los peores males que como plagas asesinas pretenden enquistarse en el alma de este noble pueblo. Si votamos como mayoría que somos, ganamos el 15 de octubre para hacer realidad el cambio por el que siempre hemos luchado y seguiremos luchando.
@EfrainRincon17|Profesor titular de LUZ
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