La irracionalidad y la falta de rumbo se han adueñado peligrosamente del país. Por un lado, observamos al régimen extasiado por sus logros políticos, entre los que destaca la pulverización de la oposición, frente a la más dantesca crisis económica y social que nunca antes habíamos experimentado. Por otro lado, la oposición se divide entre participacionistas y abstencionistas, consecuentes y traidores. Una locura difícil de comprender en circunstancias tan desoladoras para la nación. El destino de Venezuela se debate hoy entre quienes defienden sus intereses particulares para cuidar parcelas de un poder menguado y en debates estériles para demostrar quién tiene la razón y quién dice la verdad. Mientras tanto, el país continúa sin rumbo fijo, en devastadora pauperización; con ausencia de un mensaje coherente, responsable y unitario que refiera a los venezolanos qué debemos hacer para salir de la tragedia que nos consume como nación. En términos muy simples, el gobierno y los políticos transitan por un camino muy diferente al que está exigiendo la mayoría nacional, dificultando los puntos de encuentros tan necesarios en la búsqueda de un destino promisorio para Venezuela.
Convencido estoy que algunos sectores del país aún no tienen idea de la magnitud de la crisis nacional, la cual tiende a agravarse en los próximos días y meses. Las explicaciones técnicas sobre la inflación son insuficientes para intentar sobrevivir en esta vorágine que destruye todo a su paso. Por vez primera Venezuela entró al túnel de la hiperinflación, con posibilidades remotas de revertir el inmenso daño que ésta produce. El salario mínimo mensual del venezolano en este momento, porque mañana será diferente, apenas alcanza para comprar un kilo de carne, un kilo de queso, un pollo y algunas hortalizas para rendir la comida. El hambre de la gente no puede ocultarse con el jolgorio permanente en el que pretende vivir el régimen.
Esta es una tragedia humana que no tiene parangón en América Latina; son millones los que comen dos, una o ninguna comida diaria, con un crecimiento inédito y peligroso; sólo en el Zulia, son 2.500.000 aproximadamente los que padecen la desgracia del hambre. Asimismo, son miles los niños que fallecen por desnutrición y por falta de atención médica; son miles y miles, los niños y jóvenes que están desertando de escuelas, liceos y universidades porque no cuentan con condiciones mínimas que les permitan asistir a los centros de enseñanza; unos porque no tienen que comer y muchos menos como vestirse o comprar los útiles escolares; otros, porque necesitan trabajar informalmente o deambulan por las calles, en búsqueda del sustento que sus familias no pueden proveerles. Todos los días mueren decenas de venezolanas por falta del medicamento necesario para sobrevivir a la enfermedad.
La irracionalidad y la falta de rumbo se han adueñado peligrosamente del país.
Nadie sale ileso de esta locura de país. Por donde nos movemos vemos el rostro de la miseria física, económica, social y moral de Venezuela. Todo pareciera estar destinado a que desaparezcamos como sociedad democrática, libre y moderna; hoy día, somos una nación que camina sin rumbo fijo, contagiada de una desesperanza crónica que impide que aprovechemos las fortalezas que todavía persisten en lo más profundo del alma de la patria. Diera la impresión que una minoría de desalmados nos mantiene anestesiados, refugiados en nuestros propios intereses y entregados a la espera de un final feliz –o trágico- en manos de otros diferentes a nosotros mismos.
Estamos definitivamente entrampados. Tal como vamos, una salida honrosa luce remota. Debemos admitir que, a pesar de esta colosal crisis, el régimen está ganando la batalla. Su incapacidad manifiesta para gobernar y la destrucción de los cimientos institucionales de la República, lucen como su mejor trofeo, frente a los ojos de una oposición que todavía se da el lujo de destruirse a sí misma, dejando sin referencia a millones de ciudadanos que confiamos que juntos daríamos la lucha hasta combatir de raíz los males que nos azotan sin misericordia alguna.
Hasta tanto no cobremos conciencia que esto es un asunto de todos los ciudadanos de este país, en alianza con una dirigencia política responsable, comprometida y con solvencia moral, la dictadura se impondrá y terminará consumando el modelo ideológico de destrucción que se inició en 1999.
Frente a la locura del país, nuevamente hago votos para que se imponga la racionalidad que traiga el equilibrio entre principios y pragmatismo político; la concordia para que los factores democráticos privilegian sus intereses comunes en contra de las diferencias que los destruyen; la perseverancia en la lucha para aniquilar la impetuosidad y el cortoplacismo que tanto daño no has hecho. Hago votos para que saquemos fuerzas de donde no tenemos para convocar la grandeza de la venezolanidad para aniquilar las miserias y mezquindades que le han hecho un gran favor a quienes pretenden eternizarse en el poder.
Confieso que mi optimismo está en crisis profunda pero al analizar las cosas, por pequeñas que sean, que hemos hecho como nación, me dijo a mí mismo estos delincuentes inmorales jamás podrán con la reciedumbre de un país que nació para ser libre y próspero por siempre.
@EfrainRincon17|Profesor titular de LUZ