A propósito de mi último artículo de opinión, “Desobediencia cívica en millones”, en el que planteé la conveniencia de una negociación que posibilite una solución a la profunda crisis venezolana, recibí a través de las redes sociales varios comentarios, unos a favor y otros en contra. En tal sentido, celebro la libertad de expresión porque sin coacción de ningún tipo, nos permite plantear libremente nuestras opiniones. Los que escribimos públicamente, estamos expuestos a recibir críticas respetuosas y otras orientadas por la visceralidad humana; todas son válidas y las recibo con humildad. Pero de esas opiniones hubo una que me conmovió especialmente, porque fue escrita por un amigo entrañable, un hermano de la vida.
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Refería mi hermano que la boleta que él firmó el 16J no mencionaba en ninguna parte que “debíamos negociar/dialogar con el régimen y los militares para frenar la constituyente”, porque la razón de las protestas es salir de Maduro sin ningún tipo de negociación. Después de más de 18 años de saqueos, destrucción, muerte y miseria, salir de Maduro y extirpar de raíz el cáncer revolucionario, es el anhelo más preciado de la inmensa mayoría de los venezolanos. Sobre el particular, el consenso es casi unánime. Cómo desearíamos salir de una buena vez de esta pesadilla y recobrar la normalidad e institucionalidad del país. Sueño con el progreso de la nación y con las oportunidades extraordinarias que merecen nuestros hijos. Pero las cosas son mucho más difíciles de lo que pensamos. A pesar de los esfuerzos acometidos por la oposición democrática, el régimen responde con una brutal represión e irracionalidad, dificultando el advenimiento de una salida pacífica a esta pavorosa crisis.
Querido hermano, al igual que tú, me duele en lo más profundo del alma la muerte de cientos de jóvenes asesinados por el régimen en plena flor de la vida, pienso en mis hijos y en los tuyos y se me arruga el corazón; me duele la miseria de los venezolanos que están muriendo de hambre, engrosando las cifras de pobreza extrema en el país. Hoy más de 15 millones de compatriotas comen dos veces o menos al día. El hambre deambula por todos los rincones de Venezuela.
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Oro y me solidarizo con los valientes venezolanos encarcelados en las mazmorras de la dictadura por estar en contra de esta barbarie revolucionaria; créeme, me angustia que a millones de venezolanos no les alcance el salario para comprar sus alimentos y sufragar los gastos básicos de la familia. Me duele, al igual que tú, que cada día mueran niños por desnutrición, o que pacientes crónicos fallezcan por carencia de medicinas o por falta de atención médica, porque déjame decirte que la salud en nuestro país es un lujo que disfruta una minoría. Me entristece el futuro de los jóvenes venezolanos, incluyendo el de mis hijos, que a pesar de su formación profesional, no les queda otra opción que emigrar en búsqueda de una aventura que le permita por lo menos sobrevivir, porque el riesgo de quedarse en su país es demasiado alto.
Con frecuencia me invade el desánimo y la impotencia, al ver como un grupo de forajidos e inadaptados destruyeron mi país y aún no se sacian del daño que nos han hecho. Frente a tanta injusticia me lleno de ira y de odio. Créeme, no soy inmune a los sentimientos de revancha y pienso, entonces, esto tiene que acabarse con sangre y fuego porque ya la paciencia se agotó.
Afortunadamente recobro el sentido común y la sindéresis, confiado en la fe cristiana que me da el aliento para continuar. Reflexiono serenamente y me convenzo que la violencia genera más violencia, más derramamiento de sangre inocente, más dolor y sufrimientos. Me percato entonces que nos es más valiente quien genera muertes, sino aquel que con inteligencia es capaz de doblegar a sus enemigos. Recobro la sensatez y me pregunto, ¿cuántas armas disponemos para irnos a una guerra absolutamente desigual?, ¿cuántas vidas más estamos dispuestos a entregar a cambio de la tranquilidad de muchos?, ¿cuánto tiempo podremos soportar una espiral de violencia que, con total seguridad, sabremos cuándo inició pero difícilmente podremos calcular cuándo terminará?, ¿cuánto más podremos vivir en esta paronia que nos robó la tranquilidad, el sosiego y la normalidad de un país que aún tiene el potencial para abrazar el desarrollo y mejores oportunidades para todos?
Esas preguntas me inquietan profundamente querido hermano y, por esa razón, creo firmemente que lo que más nos conviene a los venezolanos es una solución negociada de esta crisis que, si no logramos resolverla, terminará devorándonos como sociedad. Y cuando hablo de negociación no estoy hablando de debilidad, ni mucho menos de traición a mi dignidad humana y a mis ideales de libertad y democracia. No por estar a favor de una negociación soy un traidor. Simplemente soy un venezolano que piensa que la mejor manera de solucionar los conflictos es a través de acuerdos y, en ese contexto, la política escrita con mayúscula, es el mejor mecanismo para solventar los conflictos de manera civilizada, como deben ser resueltos en cualquier ámbito del quehacer humano.
La política nos enseña que cuando al enemigo, por muy débil que éste sea, se le acorrala y se le cierran todas las puertas, su capacidad destructiva se incrementa porque, en definitiva, tiene poco que perder y en consecuencia vale la pena restearse hasta el final. Ciertamente, el régimen de Maduro está muy debilitado, pero aún conserva el poder, las instituciones y, sobre todo, las armas de la República, suficientes para iniciar una escalada de violencia que podría llevarnos a la guerra civil y, después que pasemos esa línea, no hay retorno posible, acabándose la familia y los amigos porque lo importante es imponer las ideas por las que luchamos, aunque ello implique aniquilar a cualquiera que se oponga a las mismas.
En el acuerdo que propongo no se negocian la libertad y la democracia de Venezuela; todo lo contrario, es la vía para rescatarlas e iniciar la construcción de la institucionalidad republicana dirigida por un nuevo gobierno, elegido a través de elecciones generales con suficientes garantías de equidad y competitividad electoral. La negociación implicaría, entonces, la salida acordada de Nicolás Maduro, condición sine cua non para materializar el cambio político que demanda más del 80% de los venezolanos. Ciertamente, la lógica establece que se deben otorgar determinadas facilidades a Maduro para que su salida sea efectiva. Y, desde esta perspectiva, garantizar la sobrevivencia del chavismo democrático como una opción de oposición política, de acuerdo a lo dispuesto por la Constitución de 1999.
Como podrás darte cuenta, querido hermano, mi planteamiento se concreta simplemente en cambiar balas por votos, muerte por vida, tiranía por libertad, miseria por progreso, caos por tranquilidad, exclusión y sectarismo por unidad nacional. Si para alcanzar este sueño, anhelado por millones de venezolanos, es necesario negociar, yo lo apoyaría y, con total seguridad, creo que tú me acompañarías en esa tarea, porque tanto para ti como para mí, ¡lo primero es nuestra Venezuela!
@EfrainRincon17|Profesor titular de LUZ