Después de casi tres meses consecutivos de protestas, el país sigue entrampado en la más profunda crisis de su reciente historia republicana. El régimen prefirió apostar por una opción que, como la constituyente comunal, agrava los problemas de la población e intensifica el espiral de violencia que hemos vivido en estos días tan convulsos e inciertos.
Los venezolanos, en su inmensa mayoría, deseamos vivir en un país normal; retornar a la cotidianidad que nos devuelva el sosiego y la tranquilidad para que en libertad podamos reconstruir un país que está en ruinas. Eso sólo será posible si logramos materializar el cambio de rumbo político de la nación, eligiendo a un nuevo gobierno verdaderamente democrático, con suficiente legitimidad, racionalidad y voluntad para convocar a todos los venezolanos en la impostergable tarea de asumir los retos que demandan estos tiempos tan complejos.
Los eventos que estamos viviendo anuncian que esto no tiene vuelta atrás. Así como en 1998, Chávez sembró la semilla de la esperanza en un pueblo que clamaba justicia; actualmente, a más del 80% de los venezolanos nos une un mismo sentimiento, representado en la rebeldía e irreverencia contra un régimen que nos niega la libertad, el progreso y la justicia.
Frente a la ruptura del orden constitucional y la pretensión de la dictadura de instaurar una Asamblea Constituyente, desconociendo la soberanía popular como base del poder originario, los factores democráticos en unión de vastos sectores del país han salido a la calle a expresar el descontento y la desobediencia contra el régimen ilegítimo de Nicolás Maduro. Hasta el momento de escribir este artículo, las protestas populares se han desarrollado pacíficamente, apegadas a la Constitución Nacional, salvo algunos brotes violentos en ciudades importantes; sin embargo, la represión del régimen ha sido descomunal, sumando setenta y cinco asesinados por las fuerzas de seguridad de la dictadura. La violencia se ha convertido en la característica más resaltante del modelo político defendido por Maduro y del círculo de radicales del proceso.
A diferencia de la violencia y el terrorismo que la dictadura de Maduro le endosa a la oposición democrática, estoy convencido que el pueblo venezolano es pacífico por naturaleza; en tal sentido, el sacerdote Alejandro Montero plantea que el venezolano es ante todo “un homo convivates”, expresión que proviene del concepto de conviavilidad, es decir, camaradería, amistad; conceptos muy alejados del odio y la división social que la revolución pretendió sembrar en el alma de los venezolanos.
Esa conviavilidad innata en la idiosincrasia del venezolano, logró neutralizar la irreconciabilidad que por un tiempo pensamos que se habían enquistado en nuestra sociedad. Ayer, esa camaradería funcionó alrededor de un proyecto político que le vendió a los sectores populares –la mayoría del país- la idea de la inclusión social y su redención definitiva. Hoy, igual que al inicio de la revolución, la conviavilidad ha permitido unir a los venezolanos alrededor de un proyecto, idea, anhelo o necesidad de cambio que nos permita disfrutar una sociedad normal donde más que existir podamos vivir a plenitud.
La actitud contestaria y de resistencia de los venezolanos crece cada día. Estamos luchando con las “armas” que nos proporciona la constitución para rescatar la libertad y restablecer la institucionalidad democrática, pero si el régimen continúa ignorando las demandas de la sociedad venezolana y mantiene sus planes de aniquilar la Constitución y el sistema democrático, ya sea con los votos ilegítimos de la constituyente o con las armas de la República, entonces, la unidad del pueblo estará obligada a utilizar otros instrumentos de lucha que no son precisamente los pacíficos. He allí el peligro de la constituyente de Maduro. Por sí misma, la constituyente es una invitación temeraria a la violencia, en términos aún insospechados para gran parte de los venezolanos.
¿Por qué la constituyente de Maduro promueve la violencia? Porque lo que nace mal, termina mal. La constituyente comunal es un adefesio jurídico hecho a la medida del régimen para perpetuarse en el poder, violando el voto universal, libre y secreto; la instauración de la tiranía es contraria a la libertad y, en consecuencia, genera la rebelión ciudadana frente al arrebato de la libertad; así, la rebelión popular legítima contra la tiranía, se transforma en violencia política y social.
Por otra parte, la constituyente es contraria al cambio político demandado por más del 80% de los venezolanos; su principal objetivo es mantener en el poder a la elite mafiosa que nos desgobierna, a la camarilla que destruyó el país, con la pretensión de instaurar un modelo político peor que la revolución bolivariana, que ya es bastante decir. Si el pueblo no puede alcanzar el cambio a través de mecanismos pacíficos y electorales, entonces, la violencia se convertirá en opción para revertir el estado calamitoso que produce la tiranía y, al propio tiempo, el régimen tendrá a la violencia como única vía para perpetuarse en el poder. Estaríamos frente al círculo vicioso de la violencia, en mayor grado que la guerrilla colombiana, pues, aquí no se trataría de grupos subversivos, ubicados en ciertas áreas geográficas, contra un gobierno legítimo. Sería la inmensa mayoría de la sociedad venezolana, esparcida a lo largo y ancho de la geografía nacional, que lucha incesantemente contra la tiranía, escenario que podría colocarnos al borde de una guerra civil, y eso es violencia pura.
Finalmente, la crisis venezolana no se resuelve con una nueva constitución. El drama de la nación se debe a un gobierno fallido, incapaz de cumplir con los derechos consagrados por la constitución, convirtiéndose por ende en la fuente principal de la pobreza y la miseria de los venezolanos. La constituyente comunal no resolverá los errores estructurales de la economía revolucionaria, ni mucho menos las desigualdades sociales agravadas en el último quinquenio. A la constituyente no le interesa el bienestar de los venezolanos y, por esta razón, este pueblo no detendrá su lucha hasta conquistar, además de la libertad y la democracia, una economía moderna, equitativa y al servicio del progreso de las familias de este país. La lucha por un mejor vivir podría implicar el uso de la violencia contra quienes nos someten a la servidumbre y pisotean la dignidad humana.
En aras de preservar la conviavilidad de los venezolanos, es necesario frenar esta locura e impedir que Maduro y sus acólitos, nos lleven con la constituyente a un escenario de violencia que no sabríamos cuando va a terminar. Es urgente e impostergable que todos los venezolanos nos unamos para frenar la consumación de la violencia como sistema de vida, convocando la buena voluntad de los opositores, de los chavistas críticos que defienden la constitución, de los sectores populares, de los militares éticos e institucionales y de los países democráticos del mundo; en definitiva, toda Venezuela unida para que la libertad y la democracia sean los valores que conduzcan nuestro destino como sociedad. Todavía tenemos tiempo de salvar a la patria, a nuestros hijos, familias y a los afectos más amados de esta tierra que llevamos en lo más profundo de nuestros corazones.
@EfrainRincon17|Profesor titular de LUZ
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