Sí, ya existen los balseros venezolanos, y están todos los días huyendo de la desidia, el hambre, la inseguridad, del NO-país en que se ha convertido lo que en otrora era el país de los sueños de todo el continente, donde los migrantes venían a Venezuela y traían sus ahorros en divisas, pudiendo abrir cuentas en su moneda de origen sin problemas, si trabas, sin matraca ni controles de cambio.
Para esta fecha el control de cambio establecido por el gobierno bajo el supuesto de fuga de divisas lleva 14 años, nunca en la historia republicada de Venezuela había sucedido algo similar, esto , sumado a las «expropiaciones» iniciadas por el difundo y continuadas por su sucesor, el descalabro de la primera industria del país PDVSA, la inseguridad que ha sido resultado de la falta de mano dura al hampa y la inversión de los valores, la persecución por diferencia de pensamiento y disidencia, ha sido el empuje que han tenido los venezolanos para optar a huir de su tierra, muchas veces sin rumbo, sin dinero, con lo que llevan puesto y las lágrimas al ver como se alejan del sitio donde vivían felices hasta la llegada del socialismo.
Como vemos en el siguiente trabajo periodistico del Correo del Caroní el retrato de los balseros venezolanos es un drama que continúa a diário..
Cuando Ana Delgado estaba en el medio del río Orinoco, a las 8:00 de la noche del 26 de agosto de 2016, sentía mucho miedo y rompió en llanto. La incertidumbre allanó la firme decisión que tomó en 2015: partir, vía marítima, hacia Guyana, abandonar definitivamente su natal San Félix en busca de nuevos horizontes, de un mejor futuro, como ella lo define.
Los padres de su esposo son nativos de Guyana y, tras visitar el país en 2014, la decisión de emigrar se cristalizó: “No tanto por la escasez de comida, sino por la inseguridad, porque hasta en una cola te pueden matar”.
El hampa corrió a Ana de Venezuela. Dos meses antes de emprender su viaje en una embarcación de 25 pasajeros, atracaron en la casa de sus padres, en la UD-145. Los antisociales golpearon a su mamá y robaron todo el dinero en efectivo y otros objetos de valor. “Nunca olvidaré lo que me dijo mi papá. Vete, prefiero tenerte lejos, pero segura”. Y así lo hizo.
Lo hizo, más de un millón 800 mil personas (cerca del 7% de la población nacional) en los últimos 17 años, que han decidido irse del país en busca de otras opciones de vida, según explica el sociólogo Tomás Páez, autor del libro La diáspora venezolana. La inseguridad, esa que empujó a Ana a las orillas del Orinoco, la escasez de alimentos, medicinas y la situación económica han sido las principales causas de este movimiento poblacional sin precedentes en la historia nacional.
El motivo de Ana no es poca cosa. Pensar que la puedan matar en una cola no es muy descabellado en la Ciudad Guayana de sus anhelos que, durante 2015, fue testigo de 547 homicidios; y en lo que va de 2016 ya ha llorado a 546. No en balde es la undécima ciudad más violenta del planeta, según la oenegé mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal.
Viaje intrincado
“Tienes que cuadrar el pasaje con alguien, no es que vas allá y están programadas las salidas”, explica Ana. Después de lograr un contacto consiguió un cupo en la embarcación, que zarpaba a mediodía del 26 de agosto desde el puerto de ferrys y chalanas del centro de San Félix.
Con sus maletas, su ropa y enseres empaquetados en bolsas, y un cargamento de 160 mil bolívares en efectivo (1.600 billetes de 100) para pagar los pasajes, ella y su esposo fueron al puerto a las 10:00 de la mañana, sin saber que iba a salir siete horas después.
Los 25 pasajeros son chequeados por funcionarios de la Guardia Nacional (GN). “Destrozan tu maleta”, cuenta. Les revisan todo, hasta la ropa interior empacada. Buscan dólares, que los venezolanos no pueden ni traer o llevar para allá, porque se los decomisan. “Separan a mujeres por un lado, hombres por otro, y revisan. (…) tú ni siquiera hablas con nadie de la embarcación, solo das el dinero y ya”.
Toda la travesía vale la pena para la pareja de recién casados. Aun sin saber cuándo saldrán del barco. “Se dice que son 12 horas, pero pueden ser más”, afirma Ana. En su caso, el viaje fue de más de 24 horas. La embarcación arrancó por fin a las 5:00 de la tarde, después de que funcionarios de migración venezolana sellaron los pasaportes. Un par de horas después el bote se accidentó. Se había dañado una pieza del motor.
Cuenta que estar varados en el Orinoco fue desesperante. Entre los 25 pasajeros, Ana contó 10 niños de todas las edades, incluso de meses. Una mujer con cuatro niños iba en la lancha techada, y no había llevado comida suficiente para alimentar al grupo durante el viaje.
La embarcación se estacionó en un palafito donde compran y venden gasolina. Allí durmieron varios pasajeros. Otros durmieron en el vehículo. Ana rompió a llorar, esperando que todo saliera bien.
Una curiara llegó para auxiliarlos la mañana siguiente, y al mediodía del 27 de agosto retomaron navegación hacia Guyana. “El trayecto por el mar es difícil, pensaba que me iba a morir”, contó la joven sobre el recorrido. A las 8:00 de la noche arribaron al poblado Charity, al occidente del río Esequibo.
Desde aquí, la pareja tomó un ferry hasta Parika-Esequibo, la ciudad que hoy es su hogar, al oriente del río homónimo.
Adaptación
Ana tiene 23 años y es periodista egresada de la Universidad Bicentenaria de Aragua (UBA). Emprende su carrera como Youtuber a través de su propio canal llamado AniCerbara, en el que contó en video su travesía.
“Valió la pena, absolutamente. Aquí me siento tranquila, es un pueblo, pero tengo de todo, hay supermercado, farmacia…”, comenta, aunque añora estar de nuevo con sus padres en San Félix.
El lioso viaje es la única forma de llegar a Guyana desde Ciudad Guayana. En 2015, autoridades guyanesas prohibieron el aterrizaje en su territorio de los vuelos de la aerolínea estatal Conviasa por la deuda que tenía con los aeropuertos de ese país.
En 2014, Ana Delgado pagó 9.800 bolívares por un boleto de Conviasa ida y vuelta a Guyana. En 2016 pagó 80 mil, en efectivo, para viajar en una embarcación incómoda que, de paso, se accidentó.
Las demás aerolíneas que salen de Venezuela a Guyana hacen escala en Trinidad, por lo que el pasaje no es asequible. “Irnos en bote era la única forma de llegar a Guyana. Y valió la pena”, concluye.
En 2015, el presidente Nicolás emprendió una campaña llamada El Esequibo es nuestro, en referencia a la zona en reclamación entre Guyana y Venezuela, sin que diera frutos. La zona en reclamación hoy es la tierra que recibe como inmigrantes a venezolanos que buscan mejores oportunidades.
Ana tiene visa por un año. Parika, un puerto altamente comercial por las transacciones comerciales en el río Esequibo, le ofrece la oportunidad de ahorrar, algo que no puede hacer en Venezuela. “Solo trabaja mi esposo, gana 64 mil dólares guyaneses, un poco más del sueldo mínimo”. Eso equivalea 300 dólares americanos, les alcanza para pagar servicios, comida y más. Lo más importante: se siente segura.
“Mi lucha ha sido con el idioma (inglés) (…) a veces lloro muchísimo porque veo que la gente está haciendo lo que sea por salir de Venezuela y hasta se vienen indocumentados, o sueño que a mi familia le pasan cosas feas”, prosigue Ana desde su nuevo hogar en Guyana.
Allí el comercio de oro es enorme. Forma parte de las riquezas del país que es principalmente agricultor (sobre todo de caña de azúcar) y que tiene algunas reservas de bauxita y diamante. No se compara con las riquezas que tiene Venezuela, país que otrora recibía inmigrantes de todo el mundo que buscaron -y encontraron- prosperidad.
Atrás quedaron los años en los que los guyaneses venían ilegales a Ciudad Guayana en busca de un futuro mejor. Los venezolanos hoy son los que se van en lanchas para el Esequibo, disputa territorial que el Gobierno venezolano abandonó.
Ana a veces llora por extrañar a su familia, pero prevé un futuro alentador. Este miércoles fue a su primera entrevista de trabajo, en Georgetown.
Oriana Faoro / ofaoro@correodelcaroni.com / Correo del Caroní