Es hora de recomponer la relación del hombre con la naturaleza y la biodiversidad
Por QU Dongyu, Director General de la FAO, e Inger Andersen, Directora Ejecutiva del PNUMA
La pandemia de COVID-19 está suponiendo una profunda y duradera conmoción a nivel mundial, y todos sabemos que seguir comportándonos como en el pasado ya no es viable. Es imperativo que veamos esta crisis como una oportunidad para reconstruir nuestros medios de vida de manera sostenible, incluso mejorándolos. Una de las prioridades en agenda es restablecer la armonía de la relación del hombre con la naturaleza y, en particular, con la biodiversidad.
La edición de 2020 del informe El estado de los bosques en el mundo, elaborado en forma conjunta por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), ayuda a trazar una estrategia para lograrlo. El informe examina la contribución de los bosques -y de las personas que los utilizan y gestionan-, a la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica.
Los bosques albergan la mayor parte de la biodiversidad terrestre del planeta y nos aportan una amplia gama de servicios que van desde un aire y un agua más limpios, hasta los alimentos naturales que consumen mil millones de personas y el combustible para cocinar para otros 2 400 millones. Los bosques tienen también un impacto directo en la subsistencia de la población, ya que proporcionan más de 86 millones de empleos verdes y sostienen los medios de vida de mucha más gente.
Tenemos que hacer más para garantizar la protección de este legado que nunca deja de ofrecernos sus dones, y hacerlo mejor. Obtener beneficios sostenibles de los bosques significa prestar mayor atención a sus necesidades, que en realidad también son las nuestras. La degradación y la pérdida de bosques y biodiversidad es un factor que contribuye a perturbar el equilibrio de la naturaleza y a aumentar los riesgos de enfermedades epidémicas para los seres humanos en general. Si bien la deforestación mundial se redujo en el último decenio, se siguen perdiendo unos 10 millones de hectáreas cada año y, junto con ellas, especies vitales.
Hay evidencias claras de que el principal impulsor de la deforestación es la expansión de la agricultura. El uso no racional de la tierra y las plantaciones para producir carne, aceite y cereales, seguidas de las actividades agrícolas de subsistencia, suponen un 75 por ciento de la deforestación tropical.
Para invertir esta tendencia, necesitamos innovar e implementar prácticas agrícolas sostenibles que aprovechen las soluciones basadas en la naturaleza y protejan la biodiversidad. La propia función y resiliencia de la agricultura depende de la diversidad biológica para sustentar todos los servicios de polinización, el ciclo del agua, los suelos y evitar la erosión. Proteger la biodiversidad no sólo es importante para el medio ambiente, sino que también es una condición previa para contar con una alimentación más variada, saludable, equilibrada y nutritiva.
Debemos igualmente poner en práctica enfoques integrados del paisaje. Los bosques pueden conservarse y gestionarse de manera que creen puestos de trabajo, recuperen los ecosistemas y mejoren los hábitats, tanto para las personas como para la naturaleza.
Consideremos, por ejemplo, la Reserva de la Biosfera Maya, la mayor zona protegida de bosque tropical de América Central. Creada en 1990, una parte considerable de esta área se otorgó mediante concesiones de uso múltiple a comunidades integradas por pequeños propietarios, que también recibieron asistencia técnica, acceso a los mercados, apoyo institucional y un marco reglamentario. Esto los alentó a seguir en parte con la extracción de madera, manteniendo al mismo tiempo las normas de protección estipuladas. El resultado es que estos grupos han talado menos árboles que el promedio del conjunto de la reserva, se ha reducido la incidencia de incendios forestales, incrementado la cubierta forestal y mantenido la población local de jaguares.
Aparte del alentador desempeño de las personas involucradas en el proyecto, los jaguares no son un mero detalle. Muestran otro aspecto importante de conservación y restauración: los bosques no sólo son el hogar de la biodiversidad, sino que dependen activamente de sus habitantes. Algunas comunidades arbóreas emblemáticas en el mundo dependen de la fauna autóctona -los osos de América del Norte, los gorilas de África Central, los osos panda de China, los koalas de Australia- para actuar como artífices ecológicos con importantes funciones en la dispersión de semillas, entre otros servicios ecosistémicos fundamentales.
Este enfoque integral es esencial para pasar del conocimiento a la acción mientras nos preparamos para el Decenio de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas 2021-2030, que estará liderado conjuntamente por la FAO y el PNUMA.
Un hallazgo sorprendente de la última edición de El estado de los bosques en el mundo de este año es que el 7 por ciento de la superficie forestal mundial está dividida entre más de 34 millones de pequeños fragmentos, cada uno de los cuales cubre menos de 1 000 hectáreas (10 km3). Esta fragmentación dificulta contar con áreas de paisaje en las que prospera la biodiversidad. Necesitamos una más amplia restauración a gran escala, hecha de manera que apoye los medios de vida de las comunidades rurales y mitigue el cambio climático.
La pandemia de COVID-19 es una advertencia global que esperamos -a pesar de la devastación que ha causado- pueda servir de catalizador para proseguir por caminos más creativos e incluyentes hacia un futuro mejor, en el que plantemos más árboles y se conserven los que ya tenemos. Los bosques y la rica biodiversidad que albergan permiten a nuestras comunidades y economías seguir avanzando. Debemos colaborar con la naturaleza para garantizar que puedan prosperar.