Algunos catalogan el 2016 como el año perdido. Los resultados del 6D solo barnizaron de esperanza la amargura de la hecatombe anunciada. Entonces la fotografía ubicaba el dólar para el desenchufado común en 865,71, el PIB en 5,7 % alertaba el terremoto y una inflación record de 180 % solo nos avisaba que con Maduro la cosa siempre puede ponerse peor. Ese parece ser su verdadero poder.
Un año después el precio del dólar terror se quintuplicó, el PIB sigue en caída libre, la contracción se calcula en 287,4 millardos de dólares y las filtradas cifras del BCV y de consultoras internacionales revelan que nuestros niveles seguirán descendiendo hasta niveles de miseria, a menos que frenemos el desastre de una economía sin asa por donde tomarla. Nadie sabe qué hacer.
Ninguna experiencia tan despiadada, inhumana, desmoralizadora y llena de vértigo como la abismal bajada sin frenos que vivimos por las malas políticas de este gobierno.
A pesar de tantas advertencias el venezolano ha invertido todo su capital a la ciega esperanza de una salida constitucional, sin violencia, ni atajos, noble tarea que explica el via crucis de 18 años marchando por el desierto hasta este muro de lamentos.
Ha sido un abismo de promesas y mentiras con la guerra económica de fondo como distracción. La verdadera y única guerra siempre ha sido política.
Durante este último año hemos visto caer las propuestas democráticas posibles y existentes en nuestra Constitución, la salida de Maduro en 6 meses por enmienda, todas las caras del RR, las elecciones generales para incrédulos, el cambio seguro de los nuevos rectores del CNE, la suspensión de los 7 magistrados de la sala constitucional con poderes omnipotentes y exclusivos superiores al designio de 30 millones de almas; el discurso de la doble nacionalidad, abandono del cargo…
Hemos visto expresidentes gestionando un diálogo vacío que solo resulta útil para la troika que gobierna, los representantes del Vaticano han sido engañados ante el mundo y se hizo silencio. Se enfrió la calle, el diálogo se pudrió, pero es lo único que tenemos en el menú. El modelo acelera en su propósito atacando empresas, destruyendo toda productividad posible, iniciando una persecución implacable contra la dirigencia opositora, radicalizando el modelo autócrata, atornillando al hombre que está dispuesto a destruir todo vestigio del país que aún permanece en la memoria. La oposición implosiona, cede, se divide, hay frustración, desmotivación, desencanto político.
En números Luis Vicente León, presidente de Datanálisis, revela que 8 de cada 10 venezolanos quiere cambio y lo quiere en paz, y de seguro lo quiere ya, pero nadie tiene idea cómo hacer para lograrlo. Mientras lo pensamos somos víctimas del delito una y otra vez, también nos hacemos más pobres y miserables.
La clase media murió a la vista de todos cuando la profesionalización sucumbió a la clase que ahora maneja el contrabando y el bachaqueo. La MUD solo toca el tema como canción electoral, no profundiza, teme los cambios, a pesar que sin señalar ningún camino específico siguen vendiendo la loca idea de que mañana habrá un nuevo gobierno.
El venezolano sigue atrapado en su laberinto esperando que todo sea distinto en un abrir y cerrar de ojos. Su aparato de realidad virtual lo ubica en un mañana próximo con un gobierno opositor eficiente, pero es incapaz de salirse de la cola ni del agotador trajín diario para organizarse, protestar, proponer, construir un plan más allá de la salida de Maduro, fungir como ciudadano, exigir, idear y colocarle nombre a un proyecto que desarme esta bomba de pobreza, combata la inflación, active la producción, se ajuste, reactive el sector privado y el emprendimiento y permita desmontar con fecha el modelo de autodestrucción que terminará desapareciéndonos.
El profesor y economista Miguel Molero señaló recientemente en uno de sus artículos publicados en Biendateao.com, que la ausencia de razón puede ser audaz pero el delirio es fatal. “Es decir, a los venezolanos no podemos venderles delirios electorales, pues conocemos las arbitrariedades de la que son capaces para cambiar las realidades electorales”. Arbitrariedades que llevan a cabo no solo para imponer medidas sin sentido sino también para esclavizarnos e imponernos un modelo que anule toda civilidad y ciudadanía.
Chávez murió, Maduro sabe que no es imprescindible. El sistema chavocastrista que nos invadió en el 2003 conoce muy bien las arterias por donde nos fluye la sangre, qué consumimos, qué anhelamos.
Desde hace años nuestro petróleo ahora es de ellos. Se apoderaron del estamento militar, el sistema fiscal, llevan años sacándonos la cédula pacíficamente mientras invaden nuestras identidades, conocen todos nuestros datos y números, descifraron todos nuestros secretos en la red, experimentan con nuestra paciencia minando cualquier salida, han estado destruyendo el sistema educativo, universidades, hospitales, aseo, ornato, alumbrado público.
Para el modelo somos un sótano sin ventanas y la única promesa que pueden cumplir será dejarnos tranquilos mientras intentemos hacer una vida normal en medio de la incertidumbre. Mañana Maduro inventará cualquier otra mentira, cuando no sea él será otro.
Por lo pronto fabricarán con el carnet de la patria otro pueblo complaciente y populista que vote y mantenga la cuota democrática ante el mundo. Cómo bien lo dijo el historiador Agustín Blanco Muñoz, la consigna es “o te haces socialista o te mueres de hambre”. El propósito como ya fue publicado en una excelente entrevista es controlar 12 millones de personas con comida y medicinas básicas para garantizar el triunfo en el 2018. La candidatura presidencial de El Aissami, Padrino o Cabello será pura carpintería de cara a unas eventuales elecciones. Algunos dicen que no las permitirán más hasta encontrar otro Chávez.
Desde el laberinto los venezolanos somos la evidencia palpable de que la democracia dejó de existir en este mundo.
@damasojimenez
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