Esas limitaciones, de las que Cuba culpa al bloqueo económico de EE.UU., han sido la razón esgrimida por el Gobierno para restringir el uso particular de internet y «privilegiar» su «acceso colectivo» en universidades, centros científicos y culturales, entre otros.
Así, la gran mayoría de los cubanos no puede tener internet en sus hogares: esta posibilidad solo está permitida para ciertos profesionales como médicos, periodistas o académicos.
Sí se permite a los cubanos tener servicio de correo electrónico al que pueden acceder en entidades estatales. También está la opción de navegar por internet en hoteles, pero el costo -entre 6 y 7 dólares la hora- es muy elevado para los precarios salarios del país.
Otra posibilidad es el acceso en los centros de trabajo que tienen internet, aunque en algunas empresas cubanas también hay limitaciones para usar redes sociales, servicios de correos internacionales como Gmail o Yahoo o a sitios con contenidos no relacionados con el perfil de la entidad.
Según dijo a Efe un empleado del Ministerio de Informática y Comunicaciones que pidió el anonimato, no se trata de una práctica distinta de las normas que tienen empresas en otros países, pero en Cuba adquiere un «matiz diferente» ya que fuera de la isla la gente sí puede conectarse a la red en su propia casa.
En cualquier caso, «los privilegiados que tienen internet en sus trabajos tratan de aprovechar al máximo esa oportunidad», dijo a Efe Yamilé Fortún, trabajadora de una firma extranjera en La Habana.
En su caso, Fortún dice que diariamente utiliza las facilidades de su trabajo para abrir y revisar cuentas de amigos y vecinos cuando estos se lo piden, servirles de enlace con familiares en el exterior, o buscarles información que necesitan.
Y es que de alguna u otra manera los cubanos, principalmente en las ciudades, se las ingenian para poder acceder a internet, bien sea a través de familiares o conocidos que tengan posibilidad de conectarse o bien «compartiendo» cuentas estatales (previo pago al usuario titular).
Iris, una médico de 36 años, dijo a Efe que durante un tiempo decidió «compartir» con un vecino las horas del servicio que le suministraba Infomed -uno de los proveedores estatales de internet dirigido al sector sanitario- para ganar un dinero extra.
Con este panorama no es de extrañar que la llegada del cable submarino -cuyo sistema debe empezar a operar en julio próximo- haya avivado las expectativas de los cubanos, aunque el Gobierno no acaba de precisar si el uso de internet se extenderá a toda la población.
Según datos oficiales, en 2009 la cifra de usuarios de redes informáticas se estimaba en 1,4 millones (sobre una población total de 11,2) sumando a quienes usan el correo electrónico, los que navegan por la controlada intranet nacional «Red Cuba» y quienes acceden plenamente a Internet.
Responsables del Ministerio de Informática dijeron esta semana que no hay «obstáculos políticos» para llevar internet incluso a los «hogares» pero también advierten que el cable de fibra óptica con Venezuela no es «una varita mágica».
Y es que, según el Gobierno, ahora hay que desplegar, con sus correspondientes inversiones, redes nacionales de acceso y transporte de los servicios que proporcionará esa infraestructura.
Cuba y Venezuela aspiran a convertir este proyecto en un sistema de comunicaciones independiente en la zona del Caribe. Para La Habana el cable «abre una brecha» en el bloqueo de EE.UU. y «robustece la soberanía nacional» sobre las telecomunicaciones.
Hay quienes observan con recelo las intenciones de este macro-proyecto entre ellos la bloguera cubana Yoani Sánchez para quién ese cable ha sido durante dos años «la zanahoria sacudida ante los ojos» de los habitantes de la «isla de los desconectados», pero sus fibras tienen «nombre, dueño e ideología», según escribió recientemente en su web.
Sánchez y otros opositores critican con frecuencia la censura y control que ejerce sobre internet el Gobierno de Cuba, que en alguna ocasión ha definido la red como «un campo de batalla ideológico» al haberse constituido en una nueva plataforma desde donde se agrede a la revolución.