Asma, oriunda de la empobrecida aldea Kohaur Junobi del sur de Pakistán, fue mutilada porque su esposo estuvo involucrado en una disputa con sus parientes, y ellos querían venganza.
Su destino resulta familiar en partes de los remotos cinturones rurales de Pakistán, donde las mujeres son a menudo usadas como monedas de cambio en disputas familiares y el nivel de violencia que sufren está aumentando en frecuencia y brutalidad.
En el hospital de Multan, una ciudad cercana, los horrorizados padres de Asma se encontraban sentados en silencio junto a su cama y se mostraban preocupados por lo que depararía el futuro a su ahora desfigurada hija.
“No sé lo que le pasará cuando salga de aquí”, dijo Ghulam Mustafa, el padre de Asma, en un centro de salud con fuerte olor a antiséptico y sangre, donde otras mujeres empapadas en ácido o kerosén por parientes o habitantes de sus aldeas, aguardaban un futuro igualmente incierto.
Cuando se le preguntó si Asma regresaría con su esposo, su padre guardó silencio.
Pakistán es el tercer país más peligroso para las mujeres, después de Afganistán y la República Democrática del Congo, de acuerdo a un estudio llevado a cabo por Thomson Reuters Foundation (http://link.reuters.com/jet92s).
En su reporte de 2010, la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán dice que casi 800 mujeres fueron víctimas de “crímenes de honor” – asesinatos que buscan recuperar el honor de parientes hombres – y se denunciaron 2.900 violaciones de mujeres, casi ocho por día.
El grueso, o casi 2.600 mujeres, fueron violadas solo en Punjab, la provincia más poblada de Pakistán.
Y los números están en aumento: reportes de medios dicen que los crímenes contra mujeres han aumentado un 18 por ciento en el año que terminó en mayo y la comisión de derechos humanos cree que esas cifras sólo representan una fracción de los ataques que ocurren en todo el país.
La doctora Farzana Bari, directora de Estudios de Género de la Universidad Quaid-e-Azam, dice que la sociedad patriarcal de Pakistán a menudo condona la discriminación contra mujeres, lo cual es más frecuente entre familias pobres y poco educadas.
Esa mentalidad a menudo puede influir en la policía y el poder judicial, que a veces hacen la vista gorda a los crímenes de honor o violaciones perpetradas para “castigar” a mujeres.
“Creo que los crímenes de honor son síntoma de una comunidad que aplica justicia por sus propias manos. Y eso ocurre en un entorno en el que el Estado es incapaz de hacer valer los fallos judiciales”, comentó.
JUSTICIA TRIBAL
En zonas rurales, las mujeres son a menudo dejadas fuera del sistema judicial, que está comprometido con poderosos terratenientes y señores feudales que dominan una jerarquía que dificulta la libre expresión de aquellos con poca educación o nivel socioeconómico.
Familias o tribus a menudo hacen justicia por mano propia, presidiendo “jirgas” o “pachayats”, cónclaves que dictan castigos que incluyen violación, asesinato o trueque de mujeres por supuestos delitos como enamorarse de un hombre considerado inapropiado o ensuciar el honor familiar.
Algunas mujeres son mutiladas sólo como un ajuste de cuentas.
Miembros de los sistemas panchayat dicen que resulta difícil debilitar la tradición porque está arraigada en la cultura local y además porque es mucho más eficiente que las cortes comunes.
“En las zonas pobladas hay juzgados pero la gente no siempre puede obtener justicia o compensación”, dijo el abogado y líder tribal Karim Masoud, quien preside los acuerdos panchayat y el sistema judicial general.
“Con las jirgas pueden obtener compensación y toma menos tiempo resolver una disputa. Es más justo y la gente no tiene que recurrir a sobornos para obtener justicia”, dijo Masoud.
Zarmuhamad Afridi, que además asiste a los fallos de la jirga en el cinturón tribal del norte de Pakistán y trabaja dentro del sistema judicial central, dice que la instancia sobrevive porque en muchas partes de Pakistán el honor de un hombre está ligado a cómo se comportan su esposa o hija.
“Si una pareja no está casada y están manteniendo una relación, una jirga puede fallar para que la mujer sea acribillada. Eso está bien para muchos, porque deben proteger el honor de la familia”, indicó Afridi.
La más leve trasgresión por parte de una mujer – ser vista hablando con un hombre en la calle, tal vez, o tener un número telefónico desconocido en el celular – puede acarrear duros castigos y el ostracismo social de la familia, aseguró Afridi, lo que da popularidad a la rápida y severa sentencia de las panchayat.
“Las mujeres son valoradas aquí. Los hombres las protegen. Si una mujer no está en su casa, entonces ¿qué es lo que está haciendo? Eso es lo que la gente piensa aquí”, preguntó.
Muchas mujeres no pueden expresarse porque carecen del apoyo y la educación para comprender sus derechos, afirman activistas.
Pero incluso aquellas que se atreven a hacerlo a menudo no llegan muy lejos.
El caso de más alto perfil de un violento fallo tribal ha sido hasta ahora el de la violación en grupo contra la joven Mukhtaran Mai, el cual tuvo lugar cerca de Multan en el 2002.
Mai fue presuntamente atacada para resolver un asunto de honor en la aldea, tal como fue decidido por una panchayat. Luego fue mostrada desnuda por todo el pueblo.
A diferencia de la mayoría de las víctimas de violación, que muchas veces se suicidan y sufren fuertes recriminaciones por expresarse, la mujer presentó una demanda criminal contra 14 hombres.
Seis hombres fueron condenados y sentenciados a la pena de muerte ese año, pero en el 2005 la Corte Suprema de Lahore indultó una sentencia a cadena perpetua y absolvió al resto.
La Corte Suprema de Pakistán mantuvo esa decisión en abril de este año, lo que de acuerdo a activistas fue un revés para los derechos de las mujeres y las minorías en Pakistán.
Los hombres fueron liberados días más tarde. Mai dice tener miedo de que regresen y la asesinen.