En busca de la democracia, esto ha pasado:
Lo malo
Han muerto venezolanos en ataques crueles e indiscriminados a manifestantes. Horrible ver una tanqueta aplastando a un ser humano.
En ciudades de Venezuela, vemos arremetidas despiadadas de la Guardia Nacional y de colectivos armados: Táchira, San Antonio, Los Teques, Maracay, Valencia, Mérida, Maracaibo y la Colonia Tovar.
Cerca de mi casa, en El Paraíso, al oeste de Caracas, las residencias Los Verdes y Victoria han sido atacadas con bombas, con escopetas y por grupos paramilitares armados. Incendiaron los estacionamientos y varios apartamentos con gente adentro. Mientras los bomberos apagaban el fuego, no pararon los gases lacrimógenos.
Lo insólito
Esto lo viví. Huía de las lacrimógenas lanzadas en la autopista Francisco Fajardo. Corrí lo que me permitió mi longeva edad. De pronto, vi una salida. Era un camino tramposo que iba directo al contaminado río Guaire. Afortunadamente, mis amigos marchantes impidieron que tomara esa ruta. Me devolví. Escapé hacia Las Mercedes. Al voltear, las personas que tomaron ese sendero tuvieron que arrojarse al río de aguas nauseabundas. La Guardia, inmisericorde, continuó atacándolos sin piedad. Valientemente, los muchachos de la Cruz Verde de la UCV los auxiliaron, evitando una tragedia mayor.
Más tarde, en medio de barricadas incendiadas, de guardias nacionales reprimiendo, de colectivos acechando, de humo de cauchos quemados y de lacrimógenas, emerge un muchacho, no mayor de 20 años de edad. Tocaba el violín como un maestro (búsquenlo en las redes). En aquel infierno, este joven músico daba un apasionado concierto. Sentí admiración, ira, miedo, orgullo y desconcierto.
Lo ocurrido, de por vida, fue y será demasiado.
Lo bueno
Iba en mi carro. Buscaba una vía libre para regresar a casa. La ciudad convulsionaba por la represión. Saliendo hacia la autopista, un grupo de seis guardias nacionales venían a toda velocidad. Frené. Una moto de alta cilindrada los intercepta. Se baja una mujer. A gritos los increpa ya que ellos le habían arrebatado el teléfono.
—¡Devuélveme mi celular…! — Era María Corina Machado.
Intenté ayudarla pero ella solita se abalanzó al guardia. Le arrebató el celular y arrancó de parrillera a toda velocidad.
—¡Tú no eres ladrón!— le gritó.
¡Qué mujer tan arrecha! Los guardias no lo podían creer. Y yo… y qué ayudándola.
Amo a María Corina, pero después de lo que vi, no me casaría con ella ni de vaina.
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