Señor Papa:
Dios permita que pueda leer esta misiva.
Tengo dudas de si soy ateo o no. Lo que sí soy es creyente, tanto, que a los 40 años tomé la decisión de bautizarme y lo hice por convicción.
No voy a las iglesias a rezar. Voy para admirarlas como obras de arte. La arquitectura me atrapa y empiezo a sentir que Dios existe en esos sitios tan atractivos para el alma.
Tanta es mi admiración por los templos, que construí uno en mi casa sin permiso de la franquicia. Lo hice como si fuera una vieja beata muy devota. Es más, señor Papa, me voy de chismoso, ninguno de mis amigos que se dicen católicos le han construido a Dios ni un nichito.
En mi pequeña iglesita esculpí con mis manos un Cristo de barro, piedra y cemento. Tengo una campana, un altar, candelabros y un reloj. Ojalá un día usted pueda visitarla.
Usted es el heredero de una pesada cruz. Legado de Juan Pablo II y del misterioso y poco carismático pastor alemán Joseph Ratzinger quien, al renunciar, enredó la cosa.
Su papado es la prueba de que Dios existe: consiguió al único argentino humilde y no le quedó más remedio que nombrarlo Papa. Usted ha demostrado ser simpático, inteligente y valiente, al romper paradigmas que alejaban a la gente de la Iglesia.
Mi impoluto amigo, me gustaría saber: si Dios está en todas partes, ¿por qué abandonó a Venezuela? Estamos en manos de unos diablos que han destruido la tierra privilegiada que nos proveyó Dios.
Usted envió a su maravilloso monseñor Claudio María Celli. Él levantó un informe sobre la horrible situación que padecemos los venezolanos, y después usted mismo dejó a su canciller solo, montado en una nube y a la buena de Dios.
Debió haber apoyado a su enviado de hecho y palabra, y no dejarlo desamparado. Qué ironía que sea yo quien le recuerde que Dios existe y que sus errores terrenales, amigo Papa, serán impedimentos para ir al cielo.
Otro día me gustaría saber: ¿por qué se reunió con el diablo cuando viajó a Cuba? ¿Por qué no se reunió con las damas de blanco, heroínas y mártires católicas, quienes cada semana sufren humillaciones y son golpeadas por rezar en una iglesia como la mía? ¿Y por qué permite que nuestros curas sean atacados por Cancerbero, el perro del infierno?
Sé que esta misiva me va a traer problemas, pero ni modo. Yo, humildemente, solo espero tener el cielo ganado por haber construido una iglesia y aspiro a que, algún día, usted también haga lo necesario para que nos encontremos allá arriba.
Dios lo bendiga.
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