La palabra “legado” está relacionada con algo bueno dejado por alguien que ya no está, pero cuyos pensamientos, enseñanzas y hechos son dignos de seguir. El legado se le deja a un individuo, a un grupo o a un país. Un ejemplo es el legado intelectual dejado por filósofos y pensadores del pasado. Así mismo, el legado puede estar constituido por valores sentimentales y morales como la honestidad, el respeto y la lealtad.
“Con tanquetas, echaron abajo las rejas de los portones de nuestra urbanización. En los estacionamientos, despedazaron y desvalijaron 50 automóviles. Destruyeron las bombas de agua mientras que otros grupos, armados y encapuchados, destrozaban 12 ascensores de las residencias, a algunos les cortaron las guayas y, en caída libre, se hicieron pedazos al estrellarse contra el piso. Luego subieron por las escaleras y con brutalidad derribaron las puertas de varios apartamentos en donde, sin orden judicial, allanaron y detuvieron a jóvenes quienes, con las manos amarradas hacia atrás, fueron llevados a destino incierto. A su paso, robaron, cortaron la luz y rompieron cámaras de seguridad, vidrios de carteleras y puertas de salones de fiesta. Además, le pegaron un tiro en el ojo a una perro por ladrar cuando irrumpieron en uno de los apartamentos”.
Lo anterior no es un relato de la II Guerra Mundial en algún gueto de los nazis. Ocurrió en la urbanización El Paraíso al oeste de Caracas, el día 13 de junio de 2017, en un conjunto de edificios de 17 pisos llamados “Los Verdes”. No haré comentarios. No hay nada que añadir.
Hechos tan graves deberían hacer reflexionar a quienes tienen voz e influencia dentro del gobierno. Nunca es tarde cuando la luz llega y, si en medio de la penumbra se enciende un bombillo, lo peor que podemos hacer quienes estamos en la oscuridad es romperlo. No nos convirtamos en jueces de quienes, aunque parezca tarde, reflexionan e intentan enmendar un daño. Lo importante es que traten de dejar un legado y no, como le pasó a Judas, que se arrepientan cuando ya no hay nada que hacer.
—Yo, Judas Iscariote, me declaro culpable. Lo único que puedo legar es mi inútil remordimiento. Ojalá y la perrada que hice sirva a otros para que se arrepientan antes de que sea tarde. Mi castigo es mi conciencia. Mi ruindad es que pude haber salvado al Mesías, pero lo vendí, lo entregué… lo traicioné. Mi condena es arder eternamente en mi propio infierno por haber seguido ciegamente el legado del Satanás Eterno.