Se me hace un nudo en la garganta. Imagino cómo debes sentirte. Lo hemos conversado centenares de veces, que uniformado en un campo de pelota es como más te diviertes.
Tiene que ser muy difícil, pensando en que desde que te encontraste con tu primera pelota de beisbol, no has hecho otra cosa que jugar, imaginarse el último día después de 24 campañas en las Grandes Ligas y casi 40 años fildeando y esperando rendir con el bate. Desde que te uniformaste por primera vez en pre infantil con Gran Mariscal.
En aquellos días en el campo “Las piedritas” de Santa Eduvigis, donde las pelotas picaban de cualquier manera pero igual terminaban en tu guante.
Desde entonces han pasado tantos innings, tantos lances, atrapadas con la mano limpia, en el aire, con el guante de revés, elegantísimo, como el mejor bailarín, como Nureyev, como si volaras. Tu dices que esas cosas las perfeccionaste bailando salsa, pero si le ponemos música de Tchaikovsky a un video de tus jugadas, sería más apropiada.
Pienso que no debió ser fácil decidir “hasta aquí llegué”, sobre todo porque sigues alcanzando pelotas y aún puedes aportar con el bate. Pero tanto tiempo en el banco no divierte. Ya te tocará ver el juego desde el clubhouse, cuando seas manager de los Leones de Caracas y más tarde de algún equipo de Grandes Ligas.
Recuerdo que comenzando esta temporada, en mis citas mañaneras recordé a Roy Campanella ” Tienen que arrancarme este uniforme para que deje de jugar beisbol”. Preguntaste hasta cuándo jugó. Te respondí de inmediato: ” Hasta los 37, sufrió un accidente de tránsito que lo dejó en silla de ruedas”.
Fue obvio que la cita te movió. Palabras con las que te identificaste, que seguramente pensaste o dijiste ni tan en secreto.
Ha sido una temporada rara. Para recordar cada juego, cada chance que aprovechaste para ascender en la lista de los hombres que más hits han conectado en la historia del juego y dejar atrás a Babe Ruth, igualarte con Mel Ott, nombres que significan poder y tu, que eres uno de los mejores guantes que se han visto y un bateador que decidió no resignarse a ser sólo un brillante campo corto.
Y hay quien saca cuentas de cuánto tiempo le tomó a este o aquel acumular tantos imparables. Yo prefiero quedarme con esa respuesta tan sencilla que me diste hace poco: “Llegué a cada juego con la intención de dar un hit”.
Y me vienen a la mente tantos ratos, Kike, desde que soñabas con firmar al profesional cuando la mayoría de tus amigos aún no sabíamos que queríamos hacer con nuestras vidas.
Cuando empezaste a estudiar inglés en el CVA, con esa disciplina que te caracteriza, para no llegar tan perdido y desde allá hasta aquí montones de jugadas, batazos, toques de bola, bases robadas, acrobacias increíbles, carcajadas…no se me olvida tu dolor, tu cara desencajada cuando Edgar Rentería sonó aquel hit que acabó con las aspiraciones de los Indios de ser campeones de la Serie Mundial.
Pasaron tantas pelotas en 24 temporadas. Rectas, curvas, cambios, a 100 millas por hora, lentas, soltadas con los nudillos, altas, bajas, piconazos. Unas las conectaste, otras no, a casi todas las atrapaste y siempre te divertiste.
Fueron 11 Guantes de Oro, 9 en fila. El único campo corto que ha podido ganarlo en la Liga Americana y en la Liga Nacional.
Imagino que si yo tengo un nudo en la garganta pensando en que no voy a verte jugar más, tu debes estar revuelto de emociones. Pero volteo Kike, miro hacia atrás, tan lejos como a la cancha de basquet del “Francisco Espejo” y pienso que lo único que puedes sentir es un orgullo inmenso por todo lo que lograste.
Más allá de números, de premios, de crónicas resaltando tu maravillosa carrera, de los elogios y todo eso, tienes que estar feliz porque nunca te rendiste. Cuando dijeron que sólo eras un guante, te hiciste ambidextro y te hiciste un bateador capaz de aportar a la ofensiva. Mejoraste, todo el tiempo trabajaste para ser mejor, para mantenerte, para quedarte, para que nadie te arrancara el uniforme.
Qué maravilla, Kike, voltearse a ver el camino recorrido y encontrarse con tanto. Edificaste una leyenda trabajando duro. Esas son las historias que perduran. Sin complejos, con ganas, con rigor, con una sonrisa…
Te tocará quitarte el uniforme y no quiero imaginarlo, tu tienes 45 y yo también y desde que llegaste a las Mayores estoy hablando de ti, escribiendo de ti, contando tus piruetas y explicando por qué eres el mejor ejemplo de que no hay imposibles.
Yo se que voy a seguir escribiendo de ti, leyendo de ti. Te imagino como a Casey Stengel o Bobby Cox, eterno e ingeniándotelas para ganar, pero hoy me siento triste. Me aflige saber que te vas, es todo.
¡Adios Kike, gracias por cada cosa que hiciste. Gracias por ser la mejor noticia de tantas mañanas!
Mari Montes
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