Capriles: “Dios mediante, me tocará ser el Presidente más joven de la historia de Venezuela”


   El seis de diciembre de 1998 Henrique Capriles Radonski tenía 26 años, cuatro meses, 25 días. Ese domingo fue electo diputado, el más joven en la historia de Venezuela. En 2000 fue escogido alcalde y, en 2008, gobernador. Dice que no es sólo por ambición, que no desea más poder por el simple hecho de tener más, pero apunta alto: quiere ser Presidente de la República. Y pronto. En 2012.

Henrique Capriles. Grábese ese nombre, recuerde esa cara. Hugo Chávez ganó la Presidencia hace 12 años y medio, y desde entonces la oposición no ha dado con el titán que tenga el carisma, la verborrea, la sintonía con los sectores pobres y los petrodólares con que el teniente coronel aplasta a sus contendores.

El abogado de 38 años, de centroizquierda, soltero, motoquero, nieto de inmigrantes polacos que llegaron a Venezuela “con una maleta con ropa” escapando del nazismo, dice que tiene los kilos para medirse con el peso pesado de la política venezolana. “Dios mediante, me tocará ser el Presidente más joven de la historia de Venezuela, con 40 años, que es la edad que tendría para las elecciones”, comenta Capriles a “El Mercurio”.

El camino es largo: primarias en febrero de 2012, y si gana, el reto mayor, las presidenciales de diciembre ante Chávez.

Pero hoy el gobernador del estado de Miranda tiene todo a su favor: los sondeos lo dan como el opositor con más posibilidades de derrotar al Mandatario, The Economist coincidió en ese punto en su penúltimo número y, lo más importante, la gente lo quiere y le cree, por algo el último sondeo de la encuestadora Datanálisis le dio 76% de aprobación a su gestión en esa zona.

Capriles sabe que lidera la carrera -”para mí es una gran responsabilidad”- y por eso él cree que el gobierno le recortó el presupuesto en 2010 y a eso atribuye que el Presidente y sus ministros lo llamen “fascista”. Incluso teme que el Ejecutivo juegue la carta de la inhabilitación.

El joven dirigente de Primero Justicia habla de “banderas”. Tras un año como diputado -Chávez disolvió el Congreso en 2000 y luego dio paso a una Asamblea Constituyente- fue electo alcalde del municipio de Baruta, por composición económica, el equivalente caraqueño a Las Condes. Ahí su bandera fue la seguridad: cuando comenzó su gestión había 4.705 delitos al año, en 2007 eran 976.

En 2008 peleó por la gobernación de Miranda contra Diosdado Cabello, un peso crucero que fue Vicepresidente, ministro y uno de los principales escuderos de Chávez.

El 52,56% de los votos con que Capriles lo derrotó tapó muchas bocas y ahí comenzaron a tomarlo en serio. Con casi tres millones de habitantes, Miranda es el segundo estado más poblado de Venezuela (después de Zulia), pero política y geográficamente es el más importante porque comprende parte de Caracas, y su composición social es similar a la del país. “Es una pequeña Venezuela”, dice el gobernador.

La bandera debía ser más amplia, apuntar al futuro: la educación. “Es el camino para cambiar a Venezuela”. El 60% del presupuesto del estado lo invierte en programas educativos, en construir y arreglar colegios. “Hemos logrado demostrar en estos más de dos años y medio que sí hay posibilidades de progresar”.

Gráfica- (Imagen Referencial)

 

Aquí una gran diferencia con Chávez. Capriles no habla de guerra, ni de batallas por la democracia, ni de enemigos mortales. Capriles habla de cordialidad, de avenencia. “Hemos demostrado que sí se puede gobernar para todos los colores políticos”, dice.

“Para concretar el sueño de los venezolanos no se requiere simplemente un cambio de Presidente. Es necesario que haya un líder que empuje el país hacia el progreso. Necesitamos en Venezuela un país igual para todos”, señala Capriles. “Hoy por hoy nuestro país está dividido y confrontado, se trata de separar al venezolano por color político, por ideologías”, añade.

Capriles comienza sus jornadas muy temprano, se mueve en moto para evitar los endemoniados tacos de Caracas, anda de buzo y polera, y sobre todo lo conocen por ser un gobernador de la calle. “Cuando entras a un barrio pobre no quieren saber si eres de izquierda o de derecha. La gente quiere salir adelante, por eso piden empleos, educación, seguridad. No política”.

Al igual que Chávez, quien de niño soñaba con ser un pitcher profesional, Capriles es fanático del béisbol. Juega de utility , una especie de comodín. No se debe a esa pasión compartida, pero cuando Capriles se refiere al Presidente evade el lugar común: no habla de loco ni de dictador. “Él es un contendor, un adversario, pero no es un enemigo. No visualizo la nueva Venezuela gobernada con rencor”.

Reconoce el acento social de la administración chavista, pero cree que es un proceso que se está acabando. “Los que simpatizan con él y toda la gente que pueda haber creído en el proyecto y que pueda seguir creyendo, no son enemigos, y vamos a trabajar con ellos”, indica.

En las primarias del 12 de febrero de 2012 figuran como sus principales rivales el ex alcalde de Chacao, Leopoldo López, y Pablo Pérez, actual gobernador de Zulia.

“Si me inhabilitan, sellarían su derrota”

Para las regionales de 2008 y las legislativas de 2010, el gobierno usó resquicios legales para impedir las candidaturas de decenas de opositores. Las llamadas y temidas “inhabilitaciones”.

Capriles tiene tejado de vidrio. Durante el breve golpe de Estado del 12 abril de 2002, opositores a Chávez trataron de ingresar a la embajada de Cuba en Caracas para verificar si el Vicepresidente Diosdado Cabello se escondía ahí. Henrique Capriles, el joven alcalde de Baruta, trató de mediar. Al menos eso dijo él. El entonces embajador cubano, Germán Sánchez Otero, lo acusó de saltar el muro de la legación diplomática e inspeccionar el lugar. Capriles dijo que lo hizo para calmar a la masa que ya había cortado la luz y el agua en la embajada.

Por la intromisión, pasó cuatro meses preso; el juicio fue cerrado en 2006, pero reabierto en 2008.

¿Cree que el gobierno reflote el tema de la embajada para inhabilitarlo?

“Estuve preso, es casi común tener que lidiar contra las campañas de descrédito. Inhabilitar o tratar de sacar del juego al candidato que tiene el mayor respaldo de esa parte del país que no se identifica con el gobierno, sería salirse del juego democrático, y sería demasiado, aseguraría su derrota. El costo político sería demasiado grande”.


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