Pero en lugar de dejar la política en casa, la llevaron con ellos.
En La Morena, una pequeña playa a 40 kilómetros al noroeste de Caracas, no cabe ni un alfiler. Unos se refrescan en el mar turquesa del Caribe y otros se relajan con una cerveza. El aire huele a pescado frito y los niños se revuelcan en la arena gris.
Y ni siquiera el reggaetón a todo volumen logra ahogar las discusiones sobre la inflación, la violencia y otros problemas que dividen a los venezolanos y detonaron las protestas contra el gobierno socialista de Maduro.
“Es un tema del que no se va a dejar de hablar”, dice Carlos Rivero, un guardia de seguridad de 32 años de cabeza rapada y brazos tatuados llegado de Caracas junto a su esposa. “A donde tu vayas siempre, bien o mal, se está hablando de política”.
Intentando enfriar los ánimos tras los disturbios que dejaron 17 muertos, Maduro extendió esta semana el feriado de Carnaval. El gobierno inundó las redes sociales de imágenes de alegres bañistas y la televisión estatal invita insistentemente a los venezolanos a irse a la playa.
“Nadie podrá quitarnos los carnavales”, dijo el ministro de Turismo, Andrés Izarra. “No hay fuerza fascista que pueda impedir que el pueblo disfrute de la felicidad”.
Para facilitar las cosas, flamantes autobuses chinos del Gobierno recogen a los caraqueños en la boca del metro y los llevan a las playas del norte de la capital como La Morena.
Pero incluso sobre la arena, Venezuela está dividida. La mitad defiende con uñas y dientes los programas sociales de la “revolución bolivariana” del ex presidente Hugo Chávez, muerto hace un año de cáncer.
Y la otra mitad está harta de la falta de productos básicos como la leche o papel higiénico, los índices de violencia de una zona de guerra y la inflación de 56 por ciento anual que, dicen, empeoraron desde que Maduro asumió el poder hace 10 meses.
“La gente viene a la playa para desestresarse un poco de esa tensión que uno vive en la capital”, explica José Luis Vázquez, empleado en de un supermercado en Guarena, en la periferia de Caracas, que bebía cerveza con su esposa a orillas del mar.
El problema, dicen otros, llega siempre cuando cae el sol y llega la hora de recoger las cosas y pagar la cuenta.
“Ahí es cuando la cosa cae en la política”, dice Rivero, el guardia de seguridad. “Porque resulta que los precios subieron desde la última vez y siempre hay alguien que dice que antes no era así”.
Los que resistieron la tentación y se quedaron en Caracas respondieron a la campaña del Gobierno con ironía. Un grupo de opositores montó por ejemplo una playa artificial en la Plaza Altamira, epicentro de las protestas en un barrio acomodado de Caracas.
“No hay mejor playa que esta”, decía un cartel en manos de una manifestante en biquini.