MADRID, ESPAÑA.- El cambio climático pareciera que se ha acelerado luego de meses que estuvimos encerrados por la pandemia del COVID-19, pues parece pero no, ha ido aumentando todos los años desde la revolución industrial cuando se comenzaron a utilizar combustibles fósiles de forma masiva.
Algo que evolutivamente nos ha ayudado a remotar muchas adversidades ambientales o climáticas, puede que con el calor que cada día aumenta no sea tan beneficioso.
Ahora bien el efecto que se ve en Europa, que algunos lo llaman corrientes de chorro, no es algo aislado, pero en este artículo vamos a aclarar la duda sobre el efecto del calor extremo en el cerebro, sí, cómo lo has leído, en el cerebro.
Los seres humanos somos homeotermos, he ahí el dilema…
A más horas de sol, mayor producción de serotonina, lo que afecta positivamente a nuestro estado de ánimo.
La luz solar estimula la producción de la conocida como «vitamina del sol», la vitamina D, que tiene múltiples beneficios para la salud.
Pero no todo son alegrías: hay un límite de calor a partir del cual nuestro cerebro no funciona correctamente: los 40℃.
El sistema nervioso central del humano está diseñado para termoregularse a 37 grados centígrados para el buen funcionamiento del organismo.
Es decir, gracias a nuestro hipotálamo -la región del cerebro que regula la temperatura- somos capaces de mantener una temperatura constante de unos 37 ℃, independientemente de la temperatura ambiental.
Pero cuando nuestro cuerpo alcanza temperaturas por encima de los 40 ℃, el hipotálamo deja de funcionar correctamente y no controla nuestro sistema natural de enfriamiento, la transpiración (el sudor).
Es entonces cuando podemos sufrir un golpe de calor.
Efectos visibles del mal funcionamiento del cerebro a causa del calor extremo.
En esta situación, el sistema nervioso es especialmente vulnerable.
Como el hipotálamo tiene que trabajar en exceso para mantener una temperatura corporal adecuada, deja en un segundo plano otras funciones vitales como la atención, que se ve ralentizada.
Algo similar pasa con el sistema de comunicación cerebral.
Los impulsos nerviosos tardan más en propagarse y por tanto nuestra capacidad de respuesta es mucho más lenta.
Estamos, por tanto, más cansados y apáticos.
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