La que fuera «10: La mujer perfecta» e hiciera famoso por motivos extramusicales el «Bolero» de Ravel, la actriz y modelo estadounidense Bo Derek, ha pasado hoy por Madrid paseando con orgullo otra cifra, la de sus espléndidos 54 años, y afirmando: «Me niego a pensar en la jubilación». La pregunta estaba justificada: pasaba por la capital española para la subasta benéfica organizada entre Moët et Chandon y la Casa del Actor para dar una pensión digna a los intérpretes. Y ella, aunque ha considerado necesario este tipo de instituciones, no se ve en una de ellas.
Prefiere, desde luego, burbujear a propósito del champán. «Nunca me ha dado problemas, ¡el tequila me los ha dado!», ha reconocido en el Casino de Madrid, rodeaba de botellas de la espumosa bebida que serán subastadas en alianza con Sotheby’s con el valor añadido de estar firmadas por estrellas como Naomi Watts, Penélope Cruz o Quentin Tarantino y adornadas por cristales de Swarovski.
Bo Derek, cuyo nombre real es Mary Cathleen Collins, se convierte así en la segunda rubia dorada, tras Catherine Deneuve, en amadrinar este evento que mezcla la solidaridad y el lujo con el mismo desparpajo que ella sedujo a Dudley Moore a ritmo de Maurice Ravel en 1979.
«No era consciente de que estaba escribiendo un capítulo de la historia del cine. Pero ahora cada vez que escucho esa música, digo: ¡Oh no, otra vez!», ha enfatizado poniéndose las manos en los oídos.
Así, renegó de esa «matrícula de honor en anatomía» a la que ayudó ese emerger de entre las aguas con un bañador tirando a transparente y el posterior uso que el compositor francés nunca pensó que se haría de su bolero.
«En realidad, nunca fui una mujer diez. Era la magia de Hollywood y de los efectos especiales», decía hoy, al natural y 31 años después de la escena que la catapultó a la fama.
En Madrid ha apostado también por las transparencias, aunque no tan explícitas, y ha deslumbrado con un cruce de piernas que empezaba en unos taconazos color vainilla y acababa en una falda de raso con degradado de grises. «Mi belleza no tiene secretos», ha dicho para quien quisiera creérselo.
Aunque su posterior carrera cinematográfica no estuvo a la altura, de las rentas de aquella comedia entre clásica y chabacana de Blake Edwards vivió su episodio español más recordado: cuando rodó en Sevilla y acompañada de Ana Obregón la cinta titulada, no en vano, «Bolero», de 1984. «Siempre he tenido una afinidad especial con España», ha reconocido hoy.
Pero Derek, que tomó el apellido de su primer marido, John Derek, al que conoció con 16 años, confiesa que, pese a la gloria que le dio recibir la máxima puntuación como mujer, no cree en las matemáticas aplicadas a la fisonomía ni masculina ni femenina.
«Me parece antinatural juzgar a la gente en términos numéricos». Y, sin salir de las ciencias, ha concluido: «Creo más en la química»