Reportaje-A IC, mestiza y mística, le preocupa la cantidad de perros que se venden en la parada dispuesta para el transporte público muy cerca de su casa, en la urbanización Brisas del Uairén, sector este. Ella es hija de una mujer pemón y un hombre blanco, curtida en la madurez en asuntos vinculados al crecimiento espiritual.
Brisas se encuentra sobre la Troncal 10, a dos kilómetros de Santa Elena y a 13 de Villa Pacaraima, La Línea, la primera localidad brasilera de cara a Venezuela.
Santa Elena de Uairén es la capital del municipio Gran Sabana, la tierra del pueblo indígena pemón, en la distante frontera venezolana hacia el Brasil y hoy un caótico puerto libre atestado por brasileros que compran por docenas lo poco que hay. Hace tres semanas, el real superó la barrera de los 100 bolívares y siguió indetenible. Al inicio de julio, el real llegó incluso a los 120 bolívares y luego bajó hasta 115.
Luis Río Bueno, uno de los dos veterinarios del sitio, cuenta que, cada mes, al menos 100 cachorros venezolanos cruzan la frontera hacia Brasil. En Maturín o Valencia, a más de 1.000 kilómetros de Santa Elena, un Golden Retriever, cuesta de 7.000 ó 10.000 bolívares y acá 200 reales, al menos 12 mil más. En Boa Vista y Manaus, las dos ciudades brasileras más cercanas, cada ejemplar cuesta al menos el doble. Las tarjetas de vacunación, con recomendaciones para el cuidado de la mascota, imitan a un pasaporte brasilero, en verde selva y se escriben en portugués.
A IC le perturba imaginar los criaderos de perros —hileras de caniles ocupados por hembras en celo en espera de machos procreadores, hileras de caniles ocupados por hembras recién paridas, hileras de caniles ocupados por perras despojadas de sus hijos y nuevamente hileras de caniles ocupados por hembras en celo en espera de machos montadores, lugares de un trajín infinito y agotador— y además está segura del “karma” que recaerá sobre la existencia de los criadores caninos y sus revendedores fronterizos.
En las Cuatro Esquinas, el cruce de calles ubicado en el corazón del casco central de Santa Elena; en la calle Ikabarú, a la altura de China América; en la Mariscal Sucre, en las cercanías del Hotel José Gregorio y en Brisas de Uairén. En donde hay trocadores, cambiando reales por bolívares o viceversa, también hay alguien ofreciendo canes. Los cargan, perfumados, como si fueran un bebé o los muestran en jaulas de piso.
Corre la tercera semana de mayo y en la parada de Brisas de Uairén, dos chicas ofertan “en promoción” una camada de rottweiler. Un día cualquiera cada ejemplar de esta raza se vende por 700 reales, pero hoy cada uno saldrá 650 reales, incluso por 600 y ya.
Al cierre del mes de mayo, frente al Hotel Gran Sabana, una chica con nombre de río expone un cachorro pug carlino, color ceniza, por el que exige 1.000 reales. “Este es el de hombres de negro, uno de los más caros que vendemos aquí”. Cuenta que mensualmente coloca 32 canes, todos los que logra comprar en Valencia u otra de las ciudades del centro.
Es viernes, 19 de junio y una pareja, proveniente de Maturín, muestra nueve cachorros en una jaula sobre el piso de la parada Brisas del Uairén. Acaban de llegar, no llevan más de 10 minutos en el sitio y al menos seis posibles clientes, todos brasileros, se han detenido.
En el enrejado, de un metro por 60 centímetros aproximadamente, exhiben cinco poodles, tres mini toys y dos convencionales, valorados en 200 reales cada uno; un husky siberiano, dos Rottweiler y un schnauzer valorados en 700 reales cada uno.
A uno de los hombres del primer grupo de clientes le inquieta el aspecto de los dos pequeños rottweiler. “¿São misturados?”, pregunta. Ante lo cual el vendedor asegura que “son puros”. A la chica que lo acompaña le encanta el husky siberiano. “Olha só, que lindo”, dice y lo acurruca entre sus senos y su mentón mientras cierra sus ojos. Pero su acompañante la invita a seguir. “Voltamos daquí a pouco”, se despide.
“Hay un problema: muchos mercaderes de perros, a quienes no les importan las condiciones en las que están vendiendo (…) La mayoría de los perros están llegando con certificados falsos, que no son hechos por un médico veterinario o están enfermos”, explica mientras muestra una pila de tarjetas de vacunación con inconsistencias en el número que identifica al profesional, la información vinculada a la vacuna u otras.
Explica que los perros deben salir del país vacunados, al menos con la séxtuple (parvovirus, coronavirus, moquillo, hepatitis, leptopirosis e influenza) y por supuesto, sanos, con sus ojos alegres, el pelo brillante porque, de lo contrario, “el día que las autoridades brasileras se den cuenta, van a parar el negocio”.
Él sugirió, además, constatar que el animal es efectivamente de raza, pues se están vendiendo “viralatas”, por ejemplo hijos de cocker y poodle, como si fueran ejemplares puros, pero con el tiempo las orejas los delatan. Otra clave del especialista es revisar que los dientes del animal estén en buena posición.
“Vaya con el vendedor y hágalo chequear con el veterinario, antes de pagarlo”, resume.
Esta semana, el real franqueó la barrera de los Bs. 115 en el mercado local. Sube, sube, y eventualmente pierde algunos puntos. El salario mínimo en Brasil es de 788 reales por mes, lo mismo que cuesta un rottweiler en Santa Elena. Se dice que, en Boa Vista, a 230 kilómetros del límite entre ambos países, un rottweiler puede costar alrededor de 1.500 reales. En Manaus, Amazonas, 600 kilómetros más allá, probablemente el precio se eleve más. Se habla de los revendedores de perros, de los que compran para revender allá e incluso de la trata de perros, de que, con cariño y algo de comida, sacan a las mascotas de sus casas en Santa Elena, para luego venderlas en reales.