Fue la noche del 3 de junio de 1989, cuando soldados entraron a sangre y fuego haciendo tiros en esta plaza del centro de Pekín para desalojar a los manifestantes, en su mayoría universitarios. Los estudiantes llevaban casi dos meses acampados reclamando más libertad y el fin de la corrupción.
PEDÍAN DEMOCRACIA Y ELECCIONES LIBRES
Luego de una larga noche de enfrentamientos en las calles colindantes que dejaron cientos de muertos, y posiblemente miles y tal vez nunca se sepa la cifra exacta porque todo esto provocó una posterior purga en «diferido» teniendo en cuenta que estos eventos fueron narrados y difundidos casi a posteriori.
Luego, ocurrió algo peor, os tanques tomaron la plaza por la mañana. Al día siguiente, 5 de junio, cuando se retiran entre protestas esporádicas respondidas a tiros, un joven con pantalón negro y camisa blanca que lleva una bolsa en cada mano se planta ante la columna de carros de combate que avanza por la avenida de Chang An (Paz Eterna). El tanque que dirige la marcha intenta esquivarle, pero el joven le corta el paso varias veces y hasta se sube a la torreta para reprocharle al piloto la represión. Finalmente, se lo llevan varias personas, que parecen manifestantes, pero podrían ser policías de paisano.
Desde los balcones del cercano Gran Hotel Pekín, la escena es captada por tres cámaras de televisión, Willie Phua de la australiana ABC, Jonathan Schaer de la CNN y Tony Wasserman de la NBC, y cuatro fotógrafos: Jeff Widener de AP, Stuart Franklin de Magnum, Arthur Tsang de Reuters y Charlie Cole de Newsweek, que ganó el World Press Photo. Tras esconder algún carrete en los retretes para que la Policía no los encontrara cuando registró sus habitaciones, los sacaron de China clandestinamente, uno en una caja de té, y las imágenes dieron la vuelta al mundo. La conmoción por la represión militar solo fue comparable a la admiración por el valor de este héroe anónimo. Tres décadas después, sigue sin saberse quién es y qué le ocurrió.
Aunque el periódico británico «Sunday Express» dio la exclusiva de que se llamaba Wang Weilin y era el hijo de 19 años de un obrero en una fábrica de Pekín, los corresponsales de aquella época nunca se lo creyeron porque el periodista que firmaba la noticia, Alfred Lee, la había escrito desde Londres citando tres fuentes que nadie pudo cotejar. Cinco días después, el «Evening Standard» publicaba que había sido ejecutado citando fuentes de la Inteligencia norteamericana. Pero su corresponsal, John Passmore, reconoce que él no escribió esa crónica (que lleva su nombre) en el magnífico documental «The Tank Man», emitido en 2006 por el programa Frontline, de la PBS.
¿fue ejecutado «Hombre del Tanque» o sobrevivió y sigue oculto?
En 1990, en una entrevista de la cadena estadounidense ABC, Barbara Walters le pregunta a bocajarro por él al dirigente chino Jiang Zemin. Incómodo, entre titubeos, responde que no sabe nada de su paradero y que cree que «no fue ejecutado». Una entrevista así es imposible hoy con el presidente de China, Xi Jinping. Y, si se la concediera a alguna televisión extranjera, las preguntas estarían pactadas y esa cuestión sería vetada. Otro ejemplo más del retroceso que ha sufrido este país en un asunto tan importante como la información, censurada hasta el punto de querer borrar la masacre de Tiananmen de la Historia.
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