La mayor parte de los terremotos de gran magnitud se originan en zonas de subducción donde una placa oceánica se desliza bajo una placa continental o bajo otra placa oceánica más joven. Cuando esto ocurre en el suelo oceánico puede dar lugar a un tsunami (palabra japonesa que significa ‘ola en la bahía’) como el que el 11 de marzo golpeó a Japón. El tsunami está formado por una serie de ondas oceánicas extremadamente largas -con longitudes de onda del orden de cientos de kilómetros- que, en aguas profundas, se propagan a una velocidad que puede superar los 800 kilómetros por hora. A medida que el tsunami alcanza aguas costeras la columna de agua reduce su velocidad, aumentando rápidamente la energía y la altura de la ola. Las aguas se retiran justo antes que el tsunami irrumpa, dejando en ocasiones los arrecifes al descubierto, como muestra la imagen.
El tsunami embiste la costa arrasándolo todo tanto al entrar en tierra como al salir de nuevo al mar. De hecho, la ola de regreso puede ser tan devastadora o más que la de entrada, ya que cuando la masa de agua fluye de vuelta al mar arrastra escombros que aumentan su fuerza de empuje.